Luca entró y miró a ese hombre, sintió como si el odio del mundo estuviera en su pecho.
Apretó sus puños con furia.
Lo observó atado a una silla, estaba malherido, sintió que podía matarlo, se acercò y le dio un golpe, luego otros màs, tantos hasta que el tipo escupió sangre.
—¡Mírame! Mira mi rostro, juro que no me vas a olvidar ni en mil años, ni en mil vidas. Me encargaré de hacerte ver el infierno por un millón de años. Dañaste a una mujer inocente, dañaste una vida, pero ahora, vivirás para pedir la muerte.
Luca lo ahorcó, y el tío le miraba con ojos ensanchados, llenos de pavor.
Se puso morado. La puerta se abrió, y Diego junto a Jorge entraron. Jorge detuvo a su hijo.
—¡Luca, sepúltalo! No vale la pena.
Luca mirò los ojos del hombre y lo soltó.
—Juro que tu vida será miserable, desearás morir.
Luca salió de ahí con su padre y su tío.
—Hijo, ¿Qué haces? No pierdas la cabeza.
—¡Quiero que lo sentencien! No puede escapar de prisión.
—No lo hará, hijo —dijo Diego—. No solo será cast