— ¿Cuándo pensabas contarme tu insensatez?
Hago una mueca cuando las palabras de Cillian me atraviesan al llegar a casa, después de nuestra cita con la doctora y pasar por las vitaminas y suplementos que necesitaba.
— Sabía que no me dejarías hacerlo si te daba la noticia de mi embarazo— digo lo más calmada posible. Sus ojos echan chispas, pero qué más da.
Ya lo hice.
— No sé, si ahorcarte o encerrarte en la habitación por lo que resta de embarazo.
— Ni lo uno ni lo otro— digo indignada mientras veo como su nariz se dilata y respira de manera pesada.
— ¡Maldita sea, Helena! Es que, ¿No tienes instinto de supervivencia?
— Los siento, si — digo tratando de apaciguarlo, porque sé que lleva razón.
Y me pudre que la lleve.
— Todo salió perfecto y ahora estamos bien— me acerco, pero da un paso atrás.
Lo miro sorprendida.
— No lo acabas de hacer — siseo.
No dice nada.
— ¡Bien! Maldice todo lo que quieras— gruño.
— No quiero hablar contigo, ahora.
— Entonces no vengas a la cama. ¡Porque no er