Cuatro meses después.
—Esto debe ser una maldita broma —susurro mentira lucho contra mi sujetador que al parecer ya no me queda.
Maldigo y con resignación lo hago a un lado.
Mi vientre está más abultado y estoy en la semana veinte. Así que aún tenemos un camino que recorrer.
Los mareos han cesado, pero apareció la acidez y mis pechos comenzaron a crecer y al parecer les faltan un poco más, además de otras dolencias.
Resoplo.
Con resignación voy al cajón, tomo un sostén deportivo y una de las camisetas de Ares.
Bajo las escaleras y me encuentro a Ares en la cocina preparando el desayuno.
Ambos pasamos más tiempo en la casa del vecindario y el hombre se ha propuesto a estar al pendiente de mis malestares y aguantarse mi mal humor.
—Buenos días, doc. —espeta cuando me mira.
—¿Qué tienen de buenos?
Me siento en el taburete de la cocina y él enarca la ceja.
Tomo un trozo de manzana.
La doy un mordisco y él espera pacientemente a que suelte mi diatriba.
Lo amo.
—¿Sabes que es lo verdaderame