Fuera de su casa.
No importaba lo que su madre hubiera hecho, Stella no iba a permitir que continuaran humillándola y golpeándola de la forma que lo habían hecho.
La indignación corría por sus venas como fuego líquido, quemando cualquier rastro de paciencia o comprensión que pudiera haber albergado hacia aquellas mujeres.
Durante meses había soportado desprecios, miradas furtivas cargadas de desdén y comentarios mordaces susurrados en los pasillos de aquella mansión que ahora le pertenecía por derecho.
La situación había alcanzado un punto crítico, un límite infranqueable que ni siquiera ella, con toda su templanza característica, podía tolerar.
Ver a su madre lastimada, con marcas visibles en su rostro y el espíritu quebrantado, había desatado en ella una furia incontenible, como un huracán de justicia largamente postergada.
—Saca a esta perra de aquí, porque de lo contrario… —las palabras de la nuera de Vicenta flotaron en el aire cargado de tensión, impregnadas de veneno y desprecio, provoc