—Sabes que no suelo encontrarme con clientes. Si no es urgente, hablemos mañana. También puedes enviar a un asistente —dijo Julieta.
—No, Fénix, este es un cliente importante, y no confío en nadie más. Por favor, hazme este favor y encárgate tú. Les dedicaré todo mi tiempo a ti y a Dulce durante el fin de semana. ¿De acuerdo?
Julieta se rio y dijo:
—Está bien, me rindo. Si usaras estas habilidades de persuasión con los hombres, no seguirías yendo a citas a ciegas.
—Fénix, eres la mejor. Te enviaré la dirección más tarde.
—De acuerdo.
Después de colgar, Julieta miró su celular. Ya era la hora. Debía irse.
Ordenó su escritorio, tomó su bolso y se marchó.
En Café La Costina.
Julieta entró a una sala privada y vio a un hombre en un traje blanco sentado dentro.
—Hola, ¿usted es el señor Gil? —preguntó Julieta.
Los ojos del hombre cambiaron ligeramente al verla. Asintió y dijo:
—Hola, señorita Beltrán.
Julieta pidió una taza de café, se sentó y explicó:
—La señora Beltrán tenía un asunto p