Julieta ayudó a Jared a arrastrar a Samuel hacia la orilla. Al ver el rostro pálido y sin sangre de Samuel, sus lágrimas cayeron instantáneamente.
Su cuerpo estaba tan frío como una bodega de hielo, y sus pestañas estaban congeladas. En los lugares donde sus manos y pies estaban atados, se veían moretones violáceos.
Julieta abrazó a Samuel y exclamó:
—Samuel, ¿tienes frío? Te estoy abrazando para mantenerte caliente. Quédate conmigo, por favor.
Sin embargo, Samuel no mostró ninguna respuesta, sumiendo a Julieta en un estado de pánico. Ella gritó:
—¡Samuel! ¿Por qué no respondes? No me dejes atrás. ¡Por favor, abre los ojos y mírame!
Julieta no podía dejar de temblar mientras sacudía el cuerpo rígido de Samuel y lloraba histéricamente:
—¡Despierta! ¡Dame alguna respuesta! ¡Samuel! ¡Samuel!
Jared no pudo soportarlo. La abrazó y trató de consolarla:
—Julieta, no te pongas así. Esperemos a la ambulancia, ¿Vale?
Pero Julieta no escuchó nada de lo que dijo. Siguió llorando en voz alta y grit