Lawrence de Arabia dijo una vez que, aquellos que sueñan despiertos, son los que ven sus sueños hechos realidad. Y sí, ¿De pronto esto fuera cierto y tus sueños salieran de tu cabeza? Francis es una chica con una vida acelerada, y todo eso cambia cuando sus sueños comienzan a entretejerse con la realidad, dudando de todo lo que cree conocer. Una conexión con su pasado podría darle las respuestas a su realidad, pero una vez comienzas a dudar de todo, ¿Cómo puedes asegurar que lo que conoces es la verdad? Solo te queda estar al borde del abismo... ¿Y después? Después queda la locura.
Ler maisSonaba Dream On, de Aerosmith. El chico se hallaba sentado en el balcón, sin camisa, mirando el perfil nocturno de la ciudad. Hubo un acercamiento a sus ojos y pudo verse el reflejo de la silueta de los edificios. Luego se vio una mochila, algunas armas y una libreta con algunos nombres, en su cama.
Un celular vibró en su escritorio. Era una llamada. Adrián Barbero, ese era el nombre que aparecía en la pantalla.
El aparato no se hizo escuchar por encima de la música, dejó de vibrar y luego se apagó, al instante se encendió y apareció un mensaje.
Adrián Barbero
Cómo no aparezcas, la mataré a ella.
La música acabó y el tipo entró a su habitación. Enseguida sonó Knockin’ on Heaven’s Door, de Gun´s N Roses. Fue a su escritorio y tomó su celular, mirando la llamada perdida y el mensaje. Se hizo un acercamiento a su rostro y sonrió lobunamente, no dijo nada. Miró las armas en su cama, la libreta y su mochila.
Tomó una camiseta de su ropero y la funda para la pierna y un cinturón para cartuchos y granadas. Luego de alistarse, se puso la gabardina, dejando todo oculto.
La voz de Axl Rose lo hizo tararear por lo bajo la canción.
—Deseo un escocés justo ahora, me vería bien diciendo esa frase de Michael Fassbender, Hay un lugar en el infierno para los que desperdician un buen escocés —se dijo mientras apuntaba con su arma a un blanco en la puerta—. Y ya que estamos por tocar esa puerta, ¡Qué buen escocés, señor! —apretó el gatillo.
Continuará…
—¡Noooo! Ahora tendré que esperar otra semana para ver en qué termina, ¡Maldición! —soltó la chica al ver los créditos en la televisión, mientras de fondo sonaba Chop Suey!, de System of a Down.
Aparecían imágenes del programa en cuestión, algunas mostrando al chico que había aparecido al final del episodio sosteniendo sus armas, así como apuntando y corriendo a través de tiroteos, mientras aparecían otros personajes y sus nombres.
Luego de los créditos, los cuales vio hasta el final, se quedó hasta ver aparecer el nombre del programa: Otherside.
Y apareció otra escena. El chico de la gabardina había salido de su casa, iba hacia su auto, pero cuando estaba cerrando la puerta de su casa, se fijó que había alguien ahí. La cámara se posicionó detrás de esa persona, mostrando solo parte de su cabeza, dejando ver mechones de cabello largo y rojizo y entonces habló:
—¿Vas a ir por ella? —preguntó aquella persona con una voz de mujer.
—Sí.
—No puedo dejarte ir.
—Tendrás que matarme.
—No quiero hacerlo y… sabes que no tienes opción.
—Pues tendremos que averiguarlo, o tendrás que acompañarme.
La mujer sonrió.
—Supongo que… tendré que aceptar la oferta —contestó la mujer, haciéndose a un lado para dejarle libre el camino hacia la puerta del piloto.
El chico sonrió, luego la pantalla cambió a negro y entonces aparecieron los comerciales.
—¡Joder! ¡Es que no pueden dejarme así! ¡Quiero saber si mi amorcito muere o vive salvando a su amada, por el amor a Cristo! —reaccionó la chica.
—¡Fraaaaanciiiiiis! —escuchó que alguien la llamó fuera de su habitación, la voz venía debajo de ella.
—¡Dime, madreeee! —respondió ella.
—¡Ya está la cena! —gritó su madre, Francis solo golpeó el suelo dos veces.
—Bueno, ni modo, a comer, tendré que esperar otra semana para saber en qué acabas, Dante Parker —dijo a la televisión, apagándola, mirándose de pronto en el reflejo oscuro de la misma. Se evaluó y asintió, le parecía que tenía buen porte, algo esbelta, quizás le hacía falta algo de ejercicio, pero se sentía bien consigo misma.
Fue así como salió de su habitación.
Bajó y se encontró a su madre sirviéndose su comida para luego ir a sentarse en el sofá de la sala a ver la televisión, mientras ella se iba a sentar a la mesa.
—¿Qué tal te fue hoy? —preguntó su madre desde el sofá, el cual estaba delante de la mesa, Francis estaba detrás de ella, miraba lo que su madre estaba mirando: una novela.
—Pues, lo de siempre.
—¿Qué es lo de siempre?
—¿Qué puede ser lo de siempre en la vida de una chica de dieciocho años, madre? Ir al instituto, tratar de terminarlo con buenas notas para luego entrar en la universidad, intentar volver a casa con vida, pero antes disfrutar el tiempo con sus amigas y amigos en el instituto…
—¿Y conocer a un chico?
—¿Qué?
—Conocer a un chico, ya sabes, lo normal para una chica de dieciocho, “lo de siempre…”
—No creo, Dante Parker no va al mismo instituto al que voy —contestó Francis.
—Vuelve con lo mismo, ¿Cuándo te vas a enamorar de alguien del mundo real, Francis?
—Cuando se enfrenten al mundo por mí, ahí, justo ahí, o cuando alguien me diga que lo he hechizado en cuerpo y alma.
—¡Ay, Dios! ¡Ya vas a empezar!
La chica carraspeó.
—¿Qué me decías de Mario Cimarro la otra vez?
—Cuidadito, con ese hombre no te vayas a meter.
—¿O era Ben Affleck?
—¿De dónde te apagas?
—Si sabes cómo soy, ¿Para qué me das cuerda?
Su madre sonrió ante eso.
—¿Eso fue una sonrisa? —preguntó Francis sonriendo, mientras comía, desde la mesa. Su madre meneó la cabeza, intentando mantener la calma.
—Al menos sé que te fue bien.
—Pues sí, es lo bueno, ¿Y a ti?
—Pues, no hicimos mucho este día, solo nos tocó atender el caso del señor Sander, sí que la tiene fea, pero, al menos pudimos llegar a un acuerdo.
—El señor Sander es el de la hortaliza, ¿No?
—Exacto, ese mismo.
—¿Cuál era su problema? ¿No tenía solvencia?
—Algo así, es que el banco ya no quiere seguir prestándole, porque lo que pide no es ganancia para ellos, porque el señor Sander paga antes de tiempo, sin embargo, ha pedido un préstamo más grande y temen que, por la edad o por su solvencia, no pueda pagarlo y terminen perdiendo el dinero.
—¿Por qué es que quiere el préstamo más grande? —preguntó Francis tomando su plato para ir a sentarse junto a su madre.
—Dice que quiere remodelar su casa, y tiene su derecho, a pesar de todo, ha sido un buen cliente, tal vez pierden en los intereses, pero les paga lo que les pide, se mantiene, sin embargo, esta vez no es para invertir en su negocio, la venta de verduras y frutas, sino para algo más personal, y el banco rara vez favorece así a la gente.
—¿Y qué fue lo que hicieron?
—Simple, le dijimos que, si no paga la cuenta, iríamos a cobrar el valor de lo que queda del préstamo, solo del préstamo, no sus intereses, de lo que encontremos en su casa, para no afectarlo económicamente a él, y tampoco vernos como los malos, hace un tiempo el banco tuvo un problema similar y casi pierde una demanda contra la alcaldía.
Francis frunció el ceño y asintió, al tiempo que comía.
—Bueno, al menos sé que te fue bien —contestó Francis.
—Así es.
—¿Cómo le estará yendo a papá?
—Segura que bien, es un roble, siempre le va bien.
—Jum, no lo sé, aunque sea un roble, temo por su vida, también por la tuya.
Su madre la miró y sonrió.
—Estará bien, tranquila, dijo que volvería en una semana, hablé con él hace poco, dijo que te llamaría mañana por la mañana.
—Bueno, al menos te llamó y está bien, hablaré con él mañana, estaré pendiente —respondió y ambas se quedaron mirando la novela, comentándola.
Acabaron su cena y Francis lavó los trastes, después fue a su habitación y sacó uno de los libros de su librero. El Teorema Katherine era esta vez. Le gustaba Colin Singleton, el chico prodigio que había descubierto una fórmula para predecir quién terminaría dejando a quien en una relación y en cuánto tiempo.
Se encontraba en la parte en donde se hallaba describiendo la fórmula, luego de haber conocido a Lindsey Lee Wells, la chica del pueblo perdido que tenía al Archiduque Francisco Fernando, cuya muerte representó el inicio de la Primera Guerra Mundial.
—Sin duda, eso me gustaría en un chico, alguien que supiera de cosas, de esto y aquello, pero que no fuera pedante, sino que soltara su conocimiento a cuentagotas, a pulso, en el momento exacto e indicado… —se dijo mientras leía sobre Colin Singleton.
Las horas avanzaron, el reloj en la mesita de noche junto a su cama era testigo de ello. Y mientras el tiempo corría, la habitación fue descubriéndose, mostrando pancartas pegadas en las paredes de su cuarto, algunas de bandas de rock, otras de integrantes de estas bandas. Se vio su ropero, lleno de ropa de estilos variados, desde faldas y pantaloncillos cortos, hasta pantalones de tela y camisas de tela a cuadros.
Estaban sus zapatos, desde los tacones, hasta botas negras y altas. Había un rifle en una esquina y un premio también, el cual rezaba: Tercer Lugar, Tiro de Larga Distancia, Campamento de Verano, Año 2019.
Y luego estaba su escritorio, donde descansaba una computadora, con varios archivos en la pantalla, algunos eran textos de Word con nombres de historias, y por último estaba su librero con cientos de libros. Era de al menos tres metros de altura, y no solo había libros, también había discos, películas, había historias, cientos, miles de historias.
Ella era la chica que tenía una galaxia en su cabeza, y cuando el reloj tocó las dos de la madrugada, ella dormía plácidamente en su cama mientras, de fondo, en algún lugar del vecindario, sonaba Kiss From a Rose, de Seal.
Y en lo alto de su techo, una fotografía de Dante Parker la miraba de vuelta, parecía esperar algo de ella, pero solo era una fotografía, no podía mostrar expresiones así de nítidas.
Entró al recinto cargando una cámara en el hombro. De su cuello colgaba una identificación con el nombre de Arthur Peck, camarógrafo para el canal Telesat. Los guardias y los policías lo dejaron pasar sin más, vestía una playera del canal, vaqueros y una gorra que ocultaba parte de su rostro. Llevaba un maletín donde guardaba su arma.Escuchó por el radio que debía tomar su posición enseguida y que, en una hora más o menos, estaría comenzando el evento y que después le sería difícil avanzar entre el gentío.Llegó hasta la tercera planta, donde instaló la cámara y desde ahí poder mirar el panorama de todo el centro de convenciones.—En posición —dijo por radio.—Listo, ve a tomarte un descanso, después vuelves con eso —dijo la otra persona.—En
Era un consultorio común, había un sillón en donde los pacientes se recostaban para hablar de sus problemas, dos sofás unipersonales junto a una de las ventanas y un escritorio en una esquina, con una silla al frente, y varios libreros detrás.En ese escritorio, Francis vio una placa que rezaba Dr. John Fulton. La chica suspiró; lo miró a él, era un señor de cabellos canos, bien arreglado, unos anteojos colgaban de su cuello y un bolígrafo se asomaba por el bolsillo de la camisa. Sus facciones eran las de un señor tranquilo, no parecía tan viejo, pero si podía verse la inteligencia y astucia en sus ojos.—Tiempo sin verte —dijo el doctor.—Digo lo mismo, aunque… me parece extraño —dijo Francis sin dejar de pensar en la puerta y lo familiar que le resultaba, aunque no sabía por qué.—¿Qué
El plan de su madre era llevarla al psicólogo, después ella podía ir al centro de convenciones y si se portaba bien, iría al juego de su amigo Raúl.—Sería un demás que no fuéramos —contestó Francis.—Bueno, no tardes mucho, a las nueve y media nos vamos —dijo su madre antes de salir de su habitación.Francis miró su reloj y luego fue a la ventana. Dante estaba vestido con la ropa del póster y la miraba desde abajo, como un transeúnte más.—¿Ya se fue? —preguntó cubriendo sus ojos por el resplandor del sol.—Sí —respondió ella sin alzar mucho la voz.—Bien, ya llego ahí —contestó el joven y la chica vio cómo, sin que nadie lo viese, subió al techo del primer piso, luego se agarró del balcón y, en cuestión de se
Lo primero que vio fue el cielo. Estaba a punto de atardecer. Lo segundo que pasó, fue el sonido de algo quemándose, lo tercero fue el olor de algo en llamas y lo cuarto fue el dolor agudo en su estómago y parte de su cuerpo. Soltó un quejido y se sentó poco a poco, sorprendiéndose al ver el auto y el camión en llamas. Miró a su alrededor para saber qué más había pasado y no vio nada, no vio a nadie, o así creyó hasta que vio a un hombre tirado a orillas de la carretera y a la chica asiática, parada junto a él. —¡Oh, despertaste! —dijo la chica con alegría. —¿Q-qué…? —Qué despertaste —la asiática caminó tranquilamente hacia ella—. Veo que te golpeaste, pero no es mucho, no para ti —agregó, tendiéndole la mano para ayudarla a ponerse de pie. Le dio la mano y pronto estaba arriba. —¿Qué pasó? —preguntó a la chica. —Ah, un accidente, el conductor casi queda atrapado entre las llamas y le ayudé a salir y lo puse a salvo, está incon
Toc, toc, toc. —Francis, hija, ¿Ya estás dormida? —¡Mi madre! —soltó Francis en un grito ahogado. —Atiéndela, ya veré qué hago —dijo Dante, empujándola hacia la puerta. —P-p-pero… ¿Qué vas a hacer? —¡Solo hazlo! —gritó el chico en susurros. —¡Voy! —contestó ella molesta. Caminó hacia la puerta mientras su mamá tocaba una vez más. Francis escuchó un pequeño sonido y al girarse, Dante ya no estaba. Confundida y extrañada, abrió y miró a su madre ya con ropa de dormir. —¿Qué pasa? —Quería saber cómo estabas, mañana iremos con el psicólogo. —Estoy bien… —Francis se mostró desilusionada. —¿Segura? —Sí. —Has estado encerrada desde que viniste. —Tenía tareas. —Te dije que… —Lo sé, solo quería… estar sola un rato —contestó la chica alzando los hombros, dejando pasar a su madre mientras ella se iba a sentar en la orilla de su cama. Su madre miró su
Esa noche, Francis subió con un plato de comida un poco más cargado de lo debido, llevando oculto un plato debajo del que estaba servido. —¿Por qué tanta comida? —preguntó su mamá. —Dicen que, luego de un evento traumático, las víctimas suelen responder de diferentes maneras, desde dejar de comer y volverse algo locas, hasta volverse algo glotonas, supongo que es eso —contestó Francis desde arriba. Su madre frunció el ceño y luego asintió. —Ajá, ¿Tengo que preocuparme más de lo debido? —No lo creo, estoy bien y estoy sana, supongo que no, ¿O sí? —Bien, llamaré mañana al Dr. John Fulton. —¿En serio? Pero sí estoy bien. —Eso lo dirá el Dr. Fulton, ¿De acuerdo? —Ay, Dios, pero es que… ¿Para qué? No hace falta, desde hace cuatro años que no tengo ningún problema, ¿O sí? —Solo será para evaluación, ¿Bien? Lo llamaría ahora, pero es tarde, mejor mañana, así vamos si lo requiere, de todas formas, no tienes clas
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