Miguel siente el peso de los lobos solitarios sobre su cuerpo, cada uno moviéndose como parte de una máquina incansable. Sacude su cuerpo violentamente, lanzando a dos de ellos lejos, pero el tercero se mantiene firme, hundiendo sus mandíbulas profundamente en su hombro. Un rugido de dolor y furia estalla en Miguel mientras gira y se estrella contra la pared de la caverna, aplastando al enemigo entre su peso y la roca. El sonido del impacto es gutural, seguido por un grito de agonía del lobo que cae, inerte, al suelo.
Pero no hay tiempo para respirar. Dos nuevos enemigos avanzan, sus garras brillando bajo la luz de las velas que rodean el altar. Miguel enfrenta el desafío, sus ojos dorados reluciendo con la intensidad de un trueno a punto de estallar. Se lanza contra ellos, sus garras cortando el aire. Un golpe alcanza el rostro de uno de los lobos, que retrocede aullando de dolor, pero el otro aprovecha la oportunidad y clava sus colmillos profundamente en el muslo de Miguel.
Cada ve