— ¡Ella es mi esposa! — exclamó Pedro, sin dejarse intimidar.
El omega se rió, el sonido grave y perverso resonando por la habitación. Agarró a Pedro, quien, a pesar de forcejear y tratar de usar los golpes que aprendió en sus clases, no pudo soltarse. Entonces, el lycan lo arrastró hasta una silla.
Con movimientos precisos y fríos, ató a Pedro con correas de cuero que encontró por allí, apretando con fuerza. Pedro luchaba, intentando soltarse, pero cada vez que se movía, las ataduras se tensaban más, cortando su piel, inmovilizándolo por completo, dejándolo indefenso e incapaz de ayudar a Helena.
— No puedo matarte, humano, pero nada me impide verte sufrir — susurró el omega, sus ojos clavados en los de Pedro. Luego, se volvió hacia Helena, la sonrisa cruel regresando a sus labios. — Voy a disfrutar acabar con esta