Habían pasado catorce años desde que Helena dio a luz a Sasha, y sus vidas habían tomado un rumbo tranquilo y discreto, lleno de momentos felices, aunque Pedro y Helena siempre vivían con una cautela constante.
Helena sabía que, para proteger a su hija y a sí misma, debía permanecer oculta, pero los últimos días habían sido particularmente desafiantes.
Cierta mañana, Helena atendió el teléfono y, con cada frase intercambiada, su expresión se endurecía más y más.
— ¿Quién es? — preguntó, pues no reconocía el número en su celular.
— ¿Hablo con la madre de Sasha? Llamo desde la escuela — la voz al otro lado sonaba firme.
Helena frunció el ceño, un sentimiento de inquietud apoderándose de ella.
— Sí, soy yo. ¿Qué ocu