Esa noche, Hatsú permanecía en la residencia que su padre tenía asignada en el área médica de la organización. Estaba acostada, insomne, mirando fijamente el techo blanco del dormitorio.
Durante el día le habían hecho nuevas pruebas para asegurarse de que el suplemento alimenticio que lograron sintetizar para ella, el cual sustituiría a las dolorosas transfusiones de las que dependía desde que tenía ocho años y que tan mal le caían cuando se las administraban, no le producían efectos secundarios.
Debería estar aliviada al pensar que por fin se libraría del dolor y de todo el malestar que padecía, el que en varias ocasiones la orilló a la inconsciencia y tal vez a la misma muerte cada mes, cuando su padre la transfundía. Sin embargo, ella no se sentía aliviada, mucho menos esperanzada por el éxito de su nuevo tratamiento. Antes pasó por situaciones similares solo para decepcionarse, descubrir que los intentos habían fallado y volver a las horribles transfusiones. No quería alegrase