Karan, en el despacho austero del coronel Vladimir, tenía la esperanza de poder convencerlo para que autorizara la misión de rescate que él ya había planeado.
El coronel era un hombre maduro, con el cabello rubio, corto y salpicado de numerosas canas. Sus ojos grises, fríos, eran capaces de atemorizar al más valiente de los cazadores, pero, aun así, Karan esperaba que aprobara el rescate de Amaya.
—Señor, tengo información que podría ser útil en el rescate de la cazadora élite, Amaya. He averiguado...
—Algo que nadie te pidió que hicieras —lo interrumpió el coronel sin siquiera apartar la vista de los documentos que revisaba—. Creo que el general fue lo suficientemente claro: Los vampiros no toman prisioneros, no los devuelven, no hacen tratos. La cazadora está perdida.
—Pero yo sé que está viva. Tan solo deme una oportunidad. Tengo un plan...
—No está autorizada ninguna misión de rescate Karan, debes entenderlo.
—Padre, por favor.
Los ojos del coronel Vladimir por fin se fijar