Cuando Lynn y Martín regresaron al hotel, la noche se sentía extrañamente silenciosa, como si el mundo supiera que algo importante estaba a punto de pasar.

Subieron en el elevador sin hablar mucho.

Había una tensión suave, un tipo de electricidad que no lastimaba, pero que acariciaba con ansiedad cada rincón de su piel.

Al llegar al pasillo, se detuvo frente a la puerta de su habitación. Abrió con calma y giró hacia Martín.

—¿Quieres pasar un momento? —preguntó con voz baja, casi temerosa, como si aún dudara merecer esa clase de compañía.

Martín se quedó unos segundos sin responder.

Solo la miraba, como si intentara memorizar ese instante, como si sus ojos quisieran recorrerla sin invadirla. Luego, asintió.

—Claro —respondió con una sonrisa serena, sin prisas.

Entraron juntos.

Lynn fue directamente a una pequeña mesa con dos copas y una botella de vino.

Tenía los dedos temblorosos al abrirla, y Martín lo notó. Se acercó con suavidad y la ayudó a servir.

Ambos se sentaron en el borde de