Imanol no pudo apartar la mirada del video. Lo había visto todo. La risa coqueta de la mujer. El cuerpo de su hermano inclinado hacia ella con familiaridad asquerosa. La oficina donde su hermano “debía trabajar”.
Sintió una punzada en el estómago, como si el asco tuviera dientes.
—¿Cómo pudiste, Sergio...? —susurró, pero el odio le trepaba por la garganta como lava.
Lynn lloraba. Ni siquiera intentaba contenerse. Salió del restaurante como si huyera de una pesadilla, con los ojos nublados y el corazón hecho trizas.
Imanol fue tras ella, pero sus pasos no eran suficientes para alcanzar su dolor.
El viento del mar le acarició la piel empapada de lágrimas. La brisa, lejos de consolarla, parecía burlarse de su miseria.
—¿Cómo puede hacerme esto? —gimió, con la voz rota—. Yo… yo solo quise ser buena para él. Lo amé con todo lo que tenía... ¿Y así me paga?
Temblando, sacó su teléfono y marcó. No pensaba que contestaría. Pero lo hizo.
—Hola, princesa…
—¿¡Princesa!? —su voz tembló, primero de