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Sergio y sus guardias se adentraron en el camino tortuoso que los llevaba a Montaña Negra.Iban acompañados por un lugareño, un hombre de rostro curtido por el sol, al que Sergio había pagado una buena suma de dinero para que los guiara hasta su destino.La ansiedad en el pecho de Sergio era palpable, como una presión constante que le robaba la respiración.Cada kilómetro que avanzaban se sentía como una eternidad, y el sinuoso camino, lleno de curvas y barro, parecía estirarse interminablemente.Cada giro, cada bache en el trayecto, lo hacía sentirse más atrapado, más impotente.El cielo nublado sobre él no ayudaba a calmar su tormenta interior, sino que más bien intensificaba la sensación de claustrofobia que lo envolvía.Miraba constantemente al frente, como si, al enfocar toda su atención en el camino, pudiera controlar la vorágine de emociones que lo destrozaban por dentro. Su corazón latía desbocado, y a pesar de que intentaba calmarse, la desesperación se apoderaba de él.¿Qué
En el crucero, Marfil abrió los ojos lentamente, despertando con la suavidad de un nuevo día.Al mirar a su alrededor, encontró a Imanol mirándola con una ternura infinita.Sus ojos, llenos de amor, la envolvían en un calor que la hacía sentirse segura, protegida.—¿No has dejado de amarme? —preguntó ella, con una sonrisa tímida, pero llena de emoción.Imanol soltó una carcajada suave, como si la pregunta fuera la cosa más obvia del mundo.—¿Cómo podría? —respondió él, con una sonrisa franca y sincera—. Te amo, Marfil. No hay verdad, no hay nada que me haga dejarte. Te amo por lo que eres, por tu alma. Puedo ver en tu mirada quién eres realmente, y eso es lo que me enamora. Eres buena, eres hermosa, y nunca voy a abandonarte.Marfil, tocada por sus palabras, se abrazó con fuerza a su pecho, sintiendo cómo su amor la envolvía.—Imanol, hubiese querido haberte conocido antes —susurró ella, la tristeza asomando en sus ojos, aunque su voz era suave, casi como un suspiro.Imanol la abrazó
Pronto, el auto fue rodeado por muchos guardias que parecían estar dispuestos a lo peor.Un miedo palpable recorrió cada rincón de sus cuerpos, como si el aire se hubiera vuelto pesado, imposible de respirar.—¡Miranda! —exclamó Arturo, su voz ahogada, llena de angustia, mientras sus ojos buscaban desesperadamente ver que ella estaba bien.Miranda, con el rostro pálido y los ojos brillando de rabia, no apartaba la vista de Sergio, quien, implacable, no tardó en acercarse con paso firme y calculado.Los guardias, fríos como máquinas, los rodearon y les ordenaron salir del auto.Las armas que sostenían apuntaban con precisión, una amenaza constante, acechante.Un sudor frío recorrió la espalda de todos, mientras el peligro se cernía sobre ellos.Lynn, con el corazón palpitando en su garganta, fue la primera en salir.Su voz, cargada de una furia que apenas podía contener, se alzó sobre el caos.—¡Sergio! ¡¿Cómo te atreves a hacernos esto?! —gritó, su tono desgarrado por el dolor y la de
Sergio clavó su mirada en la mujer que se burlaba frente a él, deseando borrar esa sonrisa insolente de su rostro de un solo golpe.Sus manos se crisparon a los costados, y la furia le hervía en las venas.Estaba a un paso de perder el control.Pero entonces, el sonido agudo de las sirenas cortó el aire como un cuchillo.Varias patrullas aparecieron en la propiedad, rodeándolo.Sergio, a regañadientes, contuvo su ira.Respiró hondo, ocultando bajo una máscara de aparente calma el huracán que le devastaba por dentro.—Señora Darson, ¿hay algún problema que necesite nuestra ayuda? —preguntó el comisario, bajándose de su vehículo, con una expresión de cautela.Freya, imperturbable, sonrió como si la situación no fuera más que un juego.Luego dirigió una mirada llena de veneno hacia Sergio.—¿Y bien? —preguntó, dejando caer las palabras con ironía—. ¿Hay algún problema, Sergio?El nombre de él en su boca sonó como un escupitajo.Sergio sintió la sangre hervirle aún más, pero logró esbozar
Mientras tanto, en un hotel lujoso de Lisboa, Lorna se sumergía en la calidez de una bañera de mármol blanco, rodeada de espuma perfumada.Una copa de vino tinto descansaba en su mano derecha, y en la izquierda sostenía su teléfono móvil.La pantalla iluminaba su rostro con un brillo frío, mientras sus ojos, delineados con esmero, se abrían con una falsa sorpresa al leer la noticia que esperaba desde hacía tanto tiempo.Una sonrisa torcida, cargada de venenosa satisfacción, curvó sus labios pintados de rojo intenso.«Se ha descubierto una red de lavado de dinero que está salpicando con dureza a grandes empresarios del Mediterráneo. Entre ellos, destaca Sergio Torrealba y su conglomerado, el Grupo Torrealba. Tras una minuciosa auditoría iniciada esta mañana, se ha confirmado la existencia de pruebas contundentes que acusan al importante empresario de participar en una red de lavado de activos que supera los miles de millones de dólares. Actualmente, la policía continúa la búsqueda del
Sergio lanzó una mirada fría a Lynn antes de hacer una señal con la mano.De inmediato, uno de sus guardias entró en la habitación, cerrando la puerta tras él como si sellara su destino.Sergio se acercó lentamente a Lynn, disfrutando del terror que veía en sus ojos, y le quitó la venda de la boca con un movimiento brusco.—¡Por favor, déjanos ir, Sergio! —suplicó Lynn, la voz rota por el miedo—. ¿No has hecho ya suficiente daño?Una sonrisa torcida se dibujó en el rostro de Sergio. No respondió con palabras.Solo alzó una mano, y el guardia, obediente, se dirigió hacia Arturo.Sin piedad, comenzó a golpearlo brutalmente.Miranda soltó un grito ahogado, sus lágrimas comenzaron a correr sin control.—¡Basta! ¡Déjalo, por favor! —clamó, extendiendo una mirada hacia ellos, como si pudiera detener el horror con solo un gesto.Pero Sergio, implacable, ni siquiera parpadeó.—Entonces, ¡habla! —rugió—. ¡¿Dónde está Ariana?!Miranda lo miró entre sollozos, el rostro bañado en lágrimas y deses
Sergio miró a Lynn con desconfianza.Sus ojos fríos parecían intentar atravesarla, buscando una mentira en su voz, una grieta en su determinación.—¿Estás segura de que hablarás? —preguntó, arrastrando las palabras como una amenaza apenas velada.—Sí. —La voz de Lynn tembló ligeramente, pero su mirada no vaciló—. Y para probarlo... cuando los dejes ir, yo me quedaré contigo.Un silencio espeso cayó entre ellos. Sergio ladeó la cabeza, estudiándola.Esa ya no era la Lynn que lo adoraba, la sustituta imperfecta de Ariana que él había moldeado a su antojo.Ahora la veía claramente: una mujer rota, sí, pero no vencida.El odio en sus ojos era idéntico al de Ariana, ese asco que tanto lo enfurecía.Se encogió de hombros, con una media sonrisa torcida.—Está bien. Tú ganas... por ahora.Miranda, al escucharla, dio un paso hacia ella, horrorizada.—¡Lynn! ¿Qué demonios haces?—¡Par de tontos! —gritó Lynn, con un dolor tan feroz que apenas podía respirar—. ¡No los voy a dejar morir por su mal
Sergio Torrealba miraba hacia el horizonte desde el asiento trasero de su lujoso automóvil.La brisa del atardecer no lograba calmar el fuego que crepitaba en su interior.Aquel hombre, que había construido una vida sobre el poder y el control, sentía ahora que todo se le escapaba de las manos.Esperaba ansioso ver llegar a sus guardias con las dos piezas clave de su juego: Miranda e Imanol.Pero cuando los vio regresar solos, sin aliento y con la mirada baja, un presentimiento oscuro le mordió el pecho.—¿Dónde están? —rugió, levantándose de golpe.Uno de los hombres tragó saliva, incapaz de sostenerle la mirada.—Señor… lo sentimos… pero, ¡ellos escaparon!Sergio lanzó un puñetazo al aire que casi derriba un jarrón de cristal junto a él.—¡Maldita sea! —gritó, tan fuerte que los ventanales vibraron—. ¡Debemos irnos, ahora!La rabia que sintió fue tan intensa que por un momento pensó que su corazón iba a estallar.Pero no era solo furia. Era miedo. Miedo a perder el control. Miedo a