Cuando desperté, lo primero que vieron mis ojos fue el rostro de Tomas Galger. Él estaba dormido, su respiración se encontraba con la mía y no era consciente de lo hermoso que se veía. Nuestros cuerpos no se tocaban, pero lo sentía en todas partes.
Besé su nariz sin poder resistirme y esperé a que sus esferas de color chocolate me dieran los buenos días.
—Que placer poder despertar junto a usted, señorita Verona —ronroneó.
—Buenos días para usted también, señor Galger.
Nuestras voces estaban roncas y lentas por el sueño.
Acarició mi mejilla cuando me recosté sobre mi espalda, comencé a desperezarme y él me imitó. Me senté en la cama y lo primero en lo que mis ojos se fijaron fue en el sofá blanco con una enorme mancha rosada.
Diablos, anoche no se había visto tan gr