Se aparta de mis labios y me mira con fijeza mientras respira con dificultad, con los ojos oscuros cargados de ansias y lujuria.
—Espero que hayas usado condón con la rubia que se ha ido.
—¿Celosa? —se inclina y me besa, me acaricia suavemente la lengua con la suya, mueve las caderas y hace que me tense para aliviar el ardor que siento entre las piernas—. Te encanta jugar con fuego, no soy nadie para negarlo—estamos cara a cara, declaró con un golpe de cadera.
Le rodeó los hombros con los brazos y le beso los labios húmedos y exuberantes. Es mi manera de decirle que acepto, aunque el día de mañana me esté arrepintiendo.
—¿Será posible? —lo provoco.
—Te lo demostraré —lo dice en un tono sexual tremendamente serio—, y no te arrepentirás—me pone de pie en el suelo y me da vueltas para bajarme la cremallera de mi fino vestido.
Me quita el sujetador y lo tira a un lado, de la misma forma me quita el vestido y lo lanza hasta quedarme con mis bragas diminutas y los tacones puestos. Se inclin