El sol apenas comenzaba a filtrarse por la ventana cuando Emma abrió lentamente los ojos. El murmullo de la ciudad todavía parecía lejano, como si el mundo no se hubiera despertado del todo. Con un leve suspiro se estiró bajo las sábanas, todavía saboreando la calma de la mañana antes de que la rutina del día tomara el control.

Se levantó con paso tranquilo, caminando hasta la cocina para prepararse un café. El aroma llenó el espacio con esa familiar calidez que tanto la reconfortaba. Mientras lo sorbía en silencio, repasó mentalmente lo que debía hacer en el día: terminar de revisar un borrador, responder correos de la editorial y, quizás, regalarse una caminata corta antes del almuerzo. Nada parecía fuera de lo común.

Pero el timbre del teléfono interrumpió sus pensamientos. La vibración contra la mesa la sacudió con un ligero sobresalto. Emma tomó el aparato con cierta curiosidad; el número desconocido la hizo fruncir el ceño antes de contestar.

—¿Aló? —dijo con cautela.

Al otro la