Leonard se llevó las manos al rostro. Su mente se debatía entre la lógica y la locura. ¿Era ese libro una broma macabra? ¿Una obra escrita por algún enemigo para burlarse de su dolor? ¿Por qué coincidía tanto con los hechos reales… y, a la vez, se alejaba tanto de lo que él sentía?
Y entonces lo entendió.
Ese libro... no era una novela.
Era una prisión. Un espejo distorsionado de lo que Violeta había vivido.
Y si eso era cierto, si lo que sostenía entre sus manos había sido parte de su mundo... ¿cómo explicaba que él recordaba haber amado a Violeta? ¿Cómo podía sentir tanto dolor si, según esa historia, ella nunca le importó?
Dejo el libro sobre la mesa. Estaba cerrado, pero podía sentir cómo lo llamaba. Sabía que tenía que seguir leyendo. Tal vez, en las siguientes páginas, encontraría respuestas. O tal vez… perdería la poca cordura que le quedaba.
Pero esa noche no pudo dormir. Las palabras del libro lo habían atravesado más que cualquier espada.
La madrugada envolvía el castillo co