El gran salón del castillo de Theros volvía a vestirse de gala.
Candelabros centenarios colgaban del techo abovedado, arrojando destellos dorados sobre las columnas de mármol blanco. Los músicos afinaban sus instrumentos con nerviosismo, y los sirvientes pululaban como sombras bien entrenadas, ultimando detalles con la precisión de un ritual.
Era el primer baile desde el intento de asesinato a Lady Violeta Lancaster. Un evento que, más que una celebración, era una jugada política. Una forma de demostrar que el reino seguía firme, que el miedo no había logrado paralizar el corazón de la corte. Pero bajo la seda y las sonrisas, se ocultaba una tensión tan densa como la humedad que se aferraba a los ventanales empañados.
Violeta llegó al salón cuando la primera melodía comenzaba a deslizarse entre los asistentes. Su vestido era negro como la noche, con bordes en plata. Su cabello recogido en una trenza adornada con perlas antiguas. Y su expresión... era de hielo.
—Majestad —saludó al prí