Arturo se encontraba solo en su casa. Se había metido dentro ni bien vio que Bartolomé quería saludarlo, al menos a lo lejos. No sabía qué pensar de él, luego de todo lo ocurrido.
Después de ver a Bartolomé dentro de su casa, decidió cambiarse e irse. Caminó numerosas cuadras sin parar y fumando. No se detuvo en ningún momento. Solo le interesaba llegar a un lugar.
Finalmente, llegó a una casa donde se podía notar fácilmente, desde el exterior, un gran lujo.
Abrió la puerta. Sacó una bolsa del bolsillo de su campera. Cerró la puerta y fue hacía una habitación.
Allí se encontró a una persona dormida, con bandas en el pecho que cubrían una herida. Esa persona, se despertó por el movimiento de Arturo.
-No, Sr. –dijo Arturo-. No se mueva, usted tiene que descansar.
-¿Qué hacés acá Ambrosio? –preguntó el Sr. Rodríguez.
-Traje los medicamentos que vuestro médico os ha pedido.
Rodríguez reía y Art