Flor Pérez
Luego de dar varias vueltas en el taxi, finalmente desciendo de él en un parque, necesito pensar antes de llegar a casa. Se que una vez en casa, Matías me cuestionará sobre lo que hablé con Christian, no quiero decirle todo, no quiero decirle que, por mi maldita estupidez, puede ser que ahora esté metida en más problemas.
Tomé asiento en una banca, miraba hacia aquel kiosco que estaba en el centro. Vi ir y venir personas, todos se veían muy tranquilos, envidiaba sus vidas, seguramente ellos no cargaban con los problemas que yo.
¡Maldita sea! Cuando acepte casarme con Christian, vaya que sí me emocione, ¡Dios! Salté de emoción, mi panza estaba hecha un nido de mariposas. Hoy maldigo ese día, maldigo todas las estúpidas decisiones que he tomado desde entonces.
Llevo buen rato aquí, mientras veo el vaivén de la gente, lloro en silencio, ¿Cómo es que llegue hasta aquí? ¿Cómo puede ser posible que toda mi vida haya cambiado tanto? A los 20 años, solo quería que el negocio de mis