Golpeó la puerta fuertemente y salí corriendo a la ventana dispuesta a todo, pero en el instante que corrí a la ventana para forzar la cerradura, se escuchó la puerta abrirse. Logré abrir la ventana e intenté lanzarme, pero me haló por el pelo.
—¿A dónde crees que vas, corderito? — me haló del pelo hasta llevarme a la cama—. Eres una insolente— tiró el arma a un lado y me agarró las dos manos.
—¡Suéltame! ¡Quita tus asquerosas manos de encima de mí! — forcejeaba con todas mis fuerzas.
—Eres una perra; supongo que ya te sientes atraída por él y por eso estás así. No dejaré que estés con nadie más, así me toque amarrarte y encerrarte. Tú me perteneces. ¿Me escuchas? — desgarró mi blusa de un tirón—. Tu cuerpo, tu alma y