Capítulo 46. Síndrome de Estocolmo.

No sé el tiempo que llevo aquí, pero mi vida anterior está en mi mente como si hubiera sido un sueño. Quizás lo fue, y nunca escapé de las garras de Elian.

A veces cierro los ojos y me esfuerzo por recordar la voz de Lucien, su olor, la calidez de su piel cuando me abrazaba por las noches. Pero mientras más lo intento, más se desdibuja su imagen. Es como si cada día que pasara, Elian me robara un parte más de mis recuerdos.

Hay momentos en los que ya no sé qué es real y qué fue una ilusión.

Recuerdo el casa de Lucien, las risas, las flores del jardín, el sonido de la lluvia golpeando las ventanas... pero también recuerdo los ojos de Elian, y eso me confunde. Me niego a aceptarlo, pero una parte de mí se ha acostumbrado a su presencia, al sonido de sus pasos, incluso al silencio que deja cuando se va.

Es enfermizo. Lo sé.

Y aun así, no puedo evitarlo.

El tiempo aquí no existe. No hay amaneceres ni noches. Solo el parpadeo constante de una lá