Capítulo 2. Reencuentro

Capítulo 2. Reencuentro

Hace un rato que me metieron en una furgoneta. Conmigo hay varias personas. Si soy sincera, la verdad es que no soy capaz de reconocer a ninguno de ellos. ¿Será que llevo más tiempo allí abajo del que creía?

Me fijo en ellos y veo que no llevan cadenas como yo. Intento oler su aroma, pero es un poco difícil; creo que tengo el sentido del olfato atrofiado.

Observo cómo algunos de ellos me miran con curiosidad y otros con pena. Estoy tentada a preguntar a dónde nos llevan, pero entonces recuerdo que entrometerse puede traer golpes, y ahora mismo no deseo ser golpeada. Aún me duele el pómulo y la frente después de que los guardias me golpearan hace un rato.

Supongo que más tarde Elian vendrá a golpearme. Lo primero que me dijo es que no hiciera nada para llamar la atención y creo que he hecho todo lo contrario, aunque yo no he tenido la culpa, él me culpará a mí.

Dos golpes en la chapa de la furgoneta me sacan de mis pensamientos. El motor del vehículo se pone en marcha y comienza a moverse, pero de golpe se detiene.

La puerta trasera se abre y al interior sube una mujer de pelo canoso. Se sienta a mi lado y la furgoneta comienza a caminar de nuevo.

—Emilia, mi amor, ¿no me reconoces?

Me quedo helada. Esa voz. Ese timbre cálido que tantas veces me arrulló cuando era niña. Esa forma de pronunciar mi nombre que nadie más en el mundo tiene.

—¿Mamá?

Ella sonríe, y veo cómo se le humedecen los ojos. El contraste de sus canas con sus facciones aún firmes me rompe el alma. Ha cambiado, sí, pero es ella, no hay ninguna duda: es mi madre.

—Sí, mi vida. Soy yo.

El mundo parece detenerse un segundo. Tengo tantas cosas que decirle, pero la emoción me aprieta el pecho, me deja muda. Ella me toma de la mano con suavidad, como si temiera que pudiera romperme en pedazos.

—Cuando los guardias te llevaron, estuve cada día en las puertas de esa prisión —me cuenta, su voz cargada de tristeza—. Cada mañana, Emilia, durante tres años… esperé, rogué, grité, supliqué. Nadie me escuchó. Nadie me dejó verte. Nunca me dieron una explicación, ni siquiera me miraban.

Las lágrimas se me escapan, recorriendo mi rostro sucio y amoratado. Tres años… tres malditos años, y ella estuvo ahí, al otro lado, sin rendirse.

—Esta mañana, cuando te vi en la plaza… supe que eras tú. Aunque estuvieras tan cambiada, con esas cadenas, con ese dolor en los ojos… yo lo supe. —Aprieta mi mano—. Y cuando el Alfa Lucien te reclamó como adquisición, no lo dudé ni por un segundo. Corrí hacia él y le supliqué que me llevara también.

—¡No! —la interrumpo, sintiendo que el corazón me late con rabia—. No debiste hacerlo, mamá. ¿Qué has hecho? ¡Ahora también serás su esclava! Yo… yo estaba mejor en la manada, aunque doliera, aunque fuera un infierno… ¡pero tú no tenías que pagar ese precio!

Ella me acaricia la mejilla hinchada, ignorando mis lágrimas.

—Escúchame bien, Emilia. No existe un lugar en el que esté mejor que no sea a tu lado. Ni un palacio, ni una manada, ni la libertad más amplia. Si tú sufres, yo sufro. Y si tú caes, yo caeré contigo. ¿Lo entiendes? —me mira con esa fuerza que siempre la caracterizó—. Prefiero ser esclava contigo que ser libre sin ti.

Sus palabras me atraviesan como cuchillos y al mismo tiempo me cosen las grietas. Quiero gritarle que no, que huya, que se salve… pero ¿acaso no anhelaba yo misma, en las noches más oscuras, sentir sus brazos otra vez?

Ella suspira, y su voz se vuelve más grave.

—Nos dirigimos a la Manada Oscura. El Alfa Lucien es uno de los más temidos del mundo, Emilia. Nadie se atreve a desafiarlo. Draco ha hecho un pacto con él: su hijo será emparejado con su hermana, y a cambio recibirá la protección y la ayuda de Lucien.

Un escalofrío me recorre la espalda.

—¿La hermana del Alfa Lucien… con Edien?

Mi madre asiente con pesar.

—Sí. Draco vendería su alma con tal de asegurarse poder. Ha entregado a su propio hijo, Edien, para que se empareje con la hermana de Lucien. Ya que no ha encontrado a su compañera, se ha cansado de esperar a que esta aparezca y, de esa manera, se asegura la protección y la ayuda de la Manada Oscura.

Cierro los ojos con fuerza. Si tan solo supiera que Elian sí encontró a su compañera, pero esta no era digna de él, y por eso la encerró en una celda durante tres largos años. Me limpio la lágrima que recorre mi mejilla y el mundo se me cae encima.

—No lo entiendes, mamá —susurro entre sollozos—. Nadie sobrevive mucho tiempo en manos de un Alfa como Lucien. Yo… yo no podré…

Ella me obliga a mirarla de nuevo, sujetándome el rostro entre sus manos.

—Sí podrás. Porque no estarás sola. Mientras yo respire, nadie te tocará sin antes enfrentarse a mí.

Asiento con la cabeza y me apoyo sobre su hombro. Si ella supiera lo que he tenido que pasar en todo este tiempo, se le partiría el corazón. Así que lo mejor es que viva en la ignorancia, al menos por ahora.

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