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Capítulo 3-El reencuentro

Elizabeth cerró la puerta de la habitación con cuidado, como si temiera que cualquier sonido pudiera derrumbar la frágil calma que la envolvía. Se dejó caer sobre la cama, todavía con el abrigo puesto, la mirada perdida en el techo. Sabía que debía sentirse agradecida por estar allí, por la generosidad de David, por tener un lugar donde refugiarse. Pero todo se había teñido de gris tras ver esa foto.

Liam.

Su nombre era como una maldición que retumbaba en su mente.

No podía estar allí. Ni siquiera como un recuerdo.

David no podía saberlo. No podía imaginar que su hermano mayor había sido la sombra que ensució sus años más inocentes, el rostro que aparecía en sus pesadillas desde hacía años. Quiso llorar, pero las lágrimas no salieron. Lo que sentía no era tristeza: era miedo. Miedo de que el pasado volviera a alcanzarla. De que, incluso allí, bajo un techo seguro, esa voz volviera a aparecer.

Pasaron varios minutos antes de que se permitiera respirar con más calma. Se quitó el abrigo lentamente, dejó los zapatos al pie de la cama y observó su reflejo en el espejo del armario. Tenía el rostro pálido, los ojos hinchados. No parecía una mujer embarazada que acababa de encontrar un refugio. Parecía una víctima huyendo. Porque lo era.

Acomodó la maleta en una esquina de la habitación, pero no la abrió. No tenía energía para eso. Solo quería dormir. Pero el sueño no llegó.

Tenía demasiado presente aquel rostro.

Flashback – Cuatro años atrás

Tenía dieciocho años cuando conoció a Liam. Él tenía veinticuatro. La diferencia no solo era de edad, era de mundo. Él sabía moverse, sabía hablar, sabía tocar las palabras con intención, era todo lo que David no era: rebelde, intenso, magnético. . A Elizabeth, que venía de una adolescencia insegura, Liam le pareció el cielo. Un cielo oscuro, pero fascinante.

Al principio, todo parecía un cuento. La miraba como si fuera única. Le decía cosas que nadie más le había dicho. Le enviaba flores a escondidas, le mandaba audios a medianoche donde le hablaba como si la conociera de siempre. Le hizo sentir deseada y especial.

Pero pronto empezaron los silencios. Las preguntas incómodas. Las manipulaciones sutiles.

—No le digas a David, él no entendería —le dijo después del primer beso.

—No hables con tus amigas, te llenan la cabeza.

—¿Te crees tan interesante? Solo tú me buscas, yo tengo mil opciones.

—No eres suficiente para mí —le dijo una noche, después de besarla y hacerla prometer que no le contaría a nadie de su relación.

—¿Qué?

—Solo eres un juego. Pero juegas bien, eso te lo admito.

  Después de eso, la hizo sentir culpable por todo. La llamaba cuando quería. La ignoraba cuando ella necesitaba consuelo. Le decía “te amo” solo para luego desaparecer durante semanas.

  Una vez, incluso la acusó de estar “obsesionada” con él.

Y ella, como muchas chicas que confunden atención con amor, se quedó.

Una vez creyó estar embarazada y le dijo con miedo. Él le contestó con frialdad:

—Arréglalo. No puedes arruinar mi vida con tus dramas.

Al final, no era embarazo. Solo un susto. Pero nunca volvió a mirarlo igual.

Cuando logró salir de allí, cuando por fin rompió con Liam, no lo hizo por ella. Lo hizo porque David, sin saber nada, le preguntó un día si estaba bien. Esa simple pregunta, esa preocupación sincera, la hizo despertar. Y desaparecer. Fue David quien la ayudó a salir de todo eso.

  Sin saber que su hermano era el causante de esa versión rota de Elizabeth.

Presente

Elizabeth abrió los ojos de golpe. No recordaba haber dormido, pero allí estaba: sudorosa, tensa, con la respiración entrecortada. Sentía en la piel esa voz que tanto temía.

—Eres mía. Aunque digas que no, siempre lo serás.

Se incorporó lentamente, con las manos temblorosas. Encendió la luz tenue de la lámpara. El reloj marcaba las tres de la mañana. No podía seguir así. Caminó en silencio por el pasillo hasta llegar a la cocina. Sirvió un vaso de agua y se quedó apoyada en la meseta, respirando hondo.

Volver a ver ese rostro en la foto había removido todo lo que creía haber dejado atrás. Pero algo dentro de ella también se sentía diferente. Esta vez no estaba sola. Esta vez no pensaba callar.

  Volvió a la habitación. Se sentó en la cama.

  Respiró profundo.

  Y por primera vez en mucho tiempo, deseó que el pasado no volviera a tocar su puerta.

Pero algo dentro de ella le decía… que eso era exactamente lo que iba a pasar.

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