El sol entraba tímidamente por la ventana cuando Elizabeth despertó.
No recordaba haberse quedado dormida. Había pasado la mitad de la noche reviviendo momentos que prefería enterrar. Pero allí estaba, con el corazón latiendo más lento que de costumbre… y con la mente aún inquieta. Se levantó despacio, se lavó el rostro, se miró al espejo. Había algo nuevo en su reflejo. No era fortaleza… aún. Era resistencia. Y eso, para alguien que casi se derrumba el día anterior, era un buen comienzo. Encontró a David en la cocina, preparando café. —Buenos días —dijo él, sin girarse. —¿Cómo supiste que era yo? —Tus pasos. Siguen sonando igual que cuando tenías diecisiete. Ella sonrió, aunque con un leve nudo en la garganta. No sabía si le dolía el recuerdo… o el hecho de que alguien aún recordara esos detalles de ella. —Dormí mejor de lo que pensé —confesó—. Gracias por todo, David. De verdad. —No tienes que agradecer nada. Lo dije en serio, Eli. Estoy aquí. Para lo que necesites. Pasaron la mañana entre silencios cómodos. David trabajaba en su laptop, mientras Elizabeth hojeaba libros que encontró en la sala. Después del almuerzo, David le ofreció salir a caminar por el parque cercano. Al principio ella dudó, pero luego aceptó. El aire fresco era mejor que los pensamientos estancados. —Me siento como una carga —soltó ella mientras caminaban entre los árboles. —No digas eso. —Pero lo soy. Estoy aquí, invadiendo tu casa, tus tiempos, tu paz. Y además… David se detuvo. —¿Además qué? —Nada —respondió ella rápidamente, desviando la mirada. —Eli… estás huyendo de algo más que Adrián. ¿Cierto? El corazón de Elizabeth se encogió. Sintió que si hablaba, rompería algo dentro de ella. Pero si callaba… ese silencio la iba a consumir. —No estoy lista para hablar de eso —susurró—. Solo… solo necesito tiempo. Y algo de seguridad. —Puedes tener ambas aquí —dijo él, sin presionarla—. Pero prométeme algo: cuando sientas que no puedes más, dime. No cargues sola con lo que te duele. Ella asintió. Y por un momento, deseó que las cosas fueran más sencillas. Que David fuera simplemente David, y que su hermano… no existiera en el pasado de ella. Ni en su corazón. 📚 Más tarde… Elizabeth recorría los estantes del pequeño estudio cuando encontró algo que no esperaba: un cuaderno de dibujo. Lo abrió por curiosidad. Eran bocetos de hace años. Algunos de paisajes, otros de rostros. Hasta que llegó a una página que la congeló. Allí estaba ella. Joven. Con la mirada perdida. Sentada en una banca, en uno de sus días más oscuros. —Eso fue en el parque del centro —dijo David, apareciendo tras ella. —¿Tú lo dibujaste? —Sí. Ese día te vi sola… y triste. Quise acercarme, pero algo en ti me hizo pensar que necesitabas tu espacio. Así que te dibujé. Quería recordarte así, incluso si no sabía qué te pasaba. Elizabeth cerró el cuaderno. Sintió un peso en el pecho. ¿Cuánto había visto David de su dolor, sin que ella lo supiera? —¿Puedo preguntarte algo? —dijo ella, dando un paso más cerca de la verdad. —Claro. —¿Sabías lo que tu hermano me hizo? El silencio fue espeso. David bajó la mirada. Se pasó una mano por la nuca. —Sabía… cosas. Rumores. Gente hablando de ti, de él, de algo que no cuadraba. Pero él siempre lo negaba todo. Y tú nunca dijiste nada. —¿Por qué no me preguntaste? —Porque temía que lo confirmaras. La confesión le dolió más de lo que esperaba. No porque él no supiera… sino porque, tal vez, nunca quiso saber del todo. —¿Y ahora? —Ahora sé que fuiste herida. Y que si te tengo aquí, no voy a permitir que nada ni nadie vuelva a hacerte daño. Se hizo un silencio más largo que todos los anteriores. Y luego, como si la tensión no pudiera sostenerse más, David desvió la mirada. —Necesito decirte algo más… sobre mi hermano. Algo que no sabes. Pero en ese momento, el celular de Elizabeth sonó. Era del hospital. Los resultados de un nuevo análisis. —Tengo que contestar —dijo ella, sintiendo que la realidad la empujaba de nuevo. —Está bien. Hablamos después. Pero ambos sabían que ese “después”… podía no llegar nunca. Elizabeth fue al pasillo, con el corazón acelerado. —¿Sí? —Señorita Elizabeth Vargas, hablamos del hospital San Lucas. Sus resultados ya están listos. —¿Y…? Hubo un breve silencio. —Su hemoglobina sigue muy baja. No es alarmante por ahora, pero sí preocupante. Vamos a necesitar que se cuide más, y posiblemente iniciar un tratamiento si no mejora en los próximos días. Elizabeth cerró los ojos. —Gracias. Lo tendré en cuenta. Colgó. Volvió lentamente al estudio. Encontró a David mirando por la ventana, fingiendo que no la esperaba. —¿Todo bien? —preguntó con cautela. —Sí… más o menos. Solo tengo que cuidarme un poco más. Eso es todo. David no insistió. Ella tampoco quería hablar más. La tormenta dentro de su pecho era suficiente por ahora.