74. No es, no es él.
El mundo se detuvo en una fracción de segundo que resonó como un cristal quebrado. Los ojos de Evdenor —esos ojos que un momento antes ardían con la furia de una tormenta— se abrieron de par en par, la incredulidad disolviendo la ira para dejar paso a algo mucho más primitivo y frío: un miedo puro y punzante que se le clavó en el pecho como la propia daga.
No había sido él. Su mano aún estaba alzada, vacía, temblando por la fuerza contenida del golpe. Pero la sangre ya brotaba, viva y escarlata, de un corte limpio en el brazo de Eryn. El filo, que un instante antes apuntaba hacia su corazón, ahora había girado contra la carne pálida de su propio portador.
El menor hizo una mueca de dolor genuino, un espasmo de sufrimiento que contrajo sus rasgos. Un quejido ahogado, seguido de un pequeño llanto desgarrador, surgió de sus labios partidos y se expandió por la habitación, llenando cada rincón de una angustia palpable.
—¡Ahg, Evdenor, no! —gritó Eryn, y esta vez la voz no era la impostor