70. Dulce tortura.
El primer sonido fue un gemido, ahogado y vergonzoso, que se escapó de entre los labios entreabiertos de Eryn antes de que pudiera contenerlo. La sensación era demasiado intensa, demasiado familiar en su tortuosa contradicción. La lengua de Evdenor, caliente y húmeda, trazaba una línea lenta y deliberada por la piel sensible de su vientre, ascendiendo con una paciencia que era en sí misma una forma de tormento. Cada centímetro de piel desnuda que recorría se estremecía, encendida por un fuego que Eryn quería apagar pero que su cuerpo, traicionero, anhelaba.
Cuando la punta de esa lengua rozó apenas, con una suavidad devastadora, uno de sus pezones, Eryn no pudo evitarlo. Arqueó la espalda instintivamente, un movimiento de entrega y búsqueda de más de ese contacto envenenado que le hacía olvidar, por un segundo, las cuerdas que le mordían las muñecas y la oscuridad que cubría sus ojos.
Pero la mano libre de Evdenor, siempre alerta, siempre en control, apareció de inmediato. Se posó c