54. Los tesoros de Evdenor.
Los días posteriores a la idílica cita en la colina se deslizaron con una lentitud exasperante para la princesa Celestine. Sabía, por experiencia propia, que conquistar al Príncipe Evdenor era una empresa comparable a domar un halcón salvaje: requería paciencia, astucia y un firme manejo del ego. En sus visitas anteriores, había chocado una y otra vez contra el muro de hielo que el heredero de Haro erigía alrededor de sí mismo. Su fama de ser un ser cruel, distante y emocionalmente inaccesible no era inmerecida. Por eso, la calidez con la que la había recibido esta vez, los paseos, la atención, incluso aquel desastroso pero íntimo picnic, la habían tomado por completa sorpresa.
Al principio, atribuyó el cambio a la madurez, o quizás a la presión de su padre para que por fin se estableciera. No se quejó, desde luego. Aquella inesperada cordialidad era un terreno fértil que ella estaba más que dispuesta a cultivar, ahorrándole el tener que recurrir a métodos más... drásticos que tenía