Mundo ficciónIniciar sesiónAl llegar, no había un alma por los alrededores. Ni una multitud esperando conocerla, ni siquiera un ave merodeando, lo cual se le hizo extraño. Al entrar noto el aroma a rosas. Aquella iglesia tenía pétalos de rosas, mientras caminaba observaba todo, cada detalle, cada cosa, y si, era verdad que solo estaría ella y Sylas, al llegar frente, solo se dispuso a seguir con el plan que ya había planeado.
Camino hasta estar ante Sylas, se sintió un poco nerviosa porque no esperaba nada de esto. — Ophelia… Eres una princesa qué viene desde tierras llenas de sol para iluminar mi vida y llenarme de calidez, quiero… Con este anillo, quiero que seas mi Emperatriz… —dijo mientras con una sonrisa pícara colocaba un anillo en el dedo izquierdo de la mano de Ophelia. La princesa no sabía qué decir, estaba preparada para todo menos para estas palabras. Nerviosa sin que decir, solo vio como Sylas se acercaba cada vez más a ella. Contuvo la respiración, sin más remedio, Sylas la beso. Un beso que parecía durar horas, era cálido y no apresurado, Sylas se tomo el tiempo justo con ese beso. Ophelia solo le correspondió para que él no percibiera nad acerca de su pequeño plan. Alguien, desde lejos, miraba con curiosidad esta pequeña e improvisada boda, muy elaborada para su gustó, ya qué conocía de pies a cabeza a Sylas, y jamás lo vió esforzarse por alguien más interesado en este tipo de eventos. Con una ligera sonrisa se esfumó entre las sombras. Cuando la noche cayó, desde el palacio del emperador empezaron a lanzar fuegos artificiales de diferentes colores, pero en los aposentos privados de ambos, surgía una nueva batalla. Ophelia no quería ni por un segundo pasar la noche con él, aunque sea solo dormir, ya se había negado a tener el primer baile… El que es más importante pues es de ellos dos solamente, Sylas solo le había permitido no tener aquel bailé pero no quería pensar que ella se comportaría peor que una mula. El le insistió que debían dormir juntos porque en las mañanas suelen venir los sirvientes de él, y a ellos les gusta opinar mucho sobre la vida de otros, incluyendo el mismísimo emperador. — Ni creas que dormiré a tu lado… —exclamó cruzando sus brazos. — Deja de comportarte así… Haz lo que te estoy diciendo. —dijo mientras estaba sentado en la cama. — Ajá, yo sé lo que pasa si me meto en esta cama y contigo cerca... Ja!… No gracias… —volvió a refunfuñar. Lo más sensato que se le ocurrió al emperador en ese momento era jalarla de una oreja y hacer que esta cayera en la cama pero, mientras pensaba todo esto su vista se dirigía hacía como se veía ella. Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando se fue al baño, y al regresar, estaba cambiada y lista para dormir. — Lo he decidido… Dormirás en el suelo. —dijo apuntando un dedo hacía Sylas. Sylas por primera vez sintió molestia con lo que recién dijo Ophelia. — Mejor duermo en el sofá, pero como no nos vean juntos en la mañana, tendrás que soportar los rumores en todo mi palacio… ¿Quedó claro?. —dijo mientras caminaba hasta el sofá. — Ya pensaré en algo para ese momento. —dijo con un tono de voz tan casual mientras se acostaba en aquella cama. Al hacerlo, no tardó ni 5 minutos en quedarse dormida. Sylas solo la observaba desde el sofá que sus aposentos aún conservaba, una ligera sonrisa se esbozaba en sus labios al notar que Ophelia lo apartaba de él. A la mañana siguiente, el sol traspasaba las finas cortinas, Sylas no se había levantado del todo, había desarrollado un fuerte dolor de espalda solo por dormir en un sofá que no es tan blando como lo parece, es entonces cuando decidió levantarse, aún con sueño, y se dirigió a su cama, sin perturbar a Ophelia se acostó. Esta pequeña acción hizo que su pobre espalda se relajará, y a su vez su atención se desviará hacía Ophelia, quién seguía dormida. Sylas se sentía orgulloso de haber logrado que ella aceptará ser su emperatriz, sus recuerdos sobre Ophelia, quién ahora es una emperatriz a su lado, venían una y otra vez a su mente. Jamás olvidaría el día que la conoció, ni cómo su sonrisa lo cautivó. Hoy le esperaba un día pesado, ya que si su familia se ha enterado de todo esto, tendría que prepararse para las consecuencias que este casamiento conlleva. Poco le importaba su familia, a él lo único qué ahora le interesa es que Ophelia se enamoré de él. Mientras Sylas la observaba, un ligero golpe a la puerta lo volvió a interrumpir. Solo chasqueo la lengua en señal de molesta. Al ver que se abría la puerta de sus aposentos, vió como entraban tres sirvientes trayendo consigo el desayuno en bandejas de plata. El emperador siempre cuidaba que ni siquiera quiénes le sirvieran notarán ningún tipo de enojó o molestía en su rostro… Pero está vez era distinto. Ophelia lentamente se despertaba de su sueño para encontrarse con una situación extraña, Sylas en la cama y a su vez, los sirvientes guardando distancia de ambos. El emperador notó que Ophelia ya había despertado y con un suspiro se levantó de su cama. — Trajeron el desayunó… Asegúrate de comerlo… —dijo en un tono molestó. Ophelia sólo observaba a Sylas quién estaba hoy molestó, y no entendía el porqué exactamente, estaba hecho una furia completa, a la emperatriz no le espantó tanto el hecho de que el se molestará quién sabe con que en si. Llegó a pensar que tal vez la había descubierto con el plan que estaba llevando a cabo para que el ya no se fijará en ella pero algo no le cuadraba a la emperatriz. Sylas al levantarse de la cama, se fue molesto a otra habitación dejando confundida a Ophelia y a los sirvientes que aún tenían miedo, y esta al ver las bandejas notó que era mucha mas comida la que habían traído ellos, casi para tres personas. Horas más tarde, cuando todo parecía estar más calmado, la emperatriz ya se había cambiado, Sara le había ayudado a vestirse y la acompañaba a donde fuera. — Y eso fue lo que paso... —dijo algo aburrida. — ... Entiendo... No cree usted majestad que ellos entraron en un momento... que tal parece ser... ¿ no era el adecuado?.... —comento sara. — aish, no lo se... quisiera creer eso pero se veía muy molesto, mas de lo usual... —dijo frustrada. — Creo que es mejor empezar a ser mas honesta con el... Su majestad. —dijo mientras la miraba. — No... Seguro algo más lo molesto.... Aparté, yo le había dicho que no durmiera conmigo y desobedeció mi órden... Eso es mucho peor, ¿No crees?... —dijo susplrando. — Su majestad... El emperador es quien lleva la máxima autoridad aquí... A-Ademas, a usted no le hizo nada, sería bueno escuchar lo que pasó. —dijo sara un poco nerviosa. — Es qué no le creeré... Es un hombre... El aún qué tenga tierras, tenga titulos, posea inclusive el mundo... No le creeré una sola palabra... —dijo molesta. Ophelia seguía dándole vueltas al asunto. Sara quería decirle de alguna manera que confiará más en el emperador pero si hablaba de más. La siguiente sera a la que le corten la cabeza sera ella, Sylas es conocido por que no tolera nada este tipo de casos, pero, se le hacía extraño este comportamiento. Se preguntaba si era porqué el rescato a Ophelia aquél día o hay algo más. Sara es la única que sabe que paso exactamente ese día, no es nada comparado a lo que cree la emperatriz... Pero a su vez, tampoco puede hablar de más, es solo hasta que el emperador, Sylas, pueda mostrarle la verdad sin rodeos.






