Capítulo VI

Marcos Borrel en todo momento intentaba que el recuerdo de su hijo y la imposibilidad de comunicarse con él, no lo distrajeran de la concentración que requería para el caso que investigaba. Rebeca, desde hacía cierto tiempo, lo venía presionando para que renunciara a su trabajo como investigador de crímenes. Después de exigírselo por casi año y medio, le puso como ultimátum un plazo que consistió en que, antes de que llegara diciembre del año anterior, debía renunciar, de lo contrario lo abandonaría.

Transcurrido el plazo fijado, ella cumplió con su amenaza y se fue del apartamento en el que vivían en la Prolongación Longaray en El Valle, yéndose a refugiar en la casa de sus padres, en la avenida Sucre de Bello Monte. Luego de varias semanas de negociaciones infructuosas, por su decisión de no querer renunciar, ella decidió, para ejercer más presión, no permitirle ver a Luis Carlos. Ahora, no se trataba sólo de la coacción que ejerciera su esposa, sino que permanecer en esta comisión alejado de la ciudad capital, lo separaba aún más de su casa y de la posibilidad de negociar con ella y de ver a su hijo. Por otro lado lo agobiaba el no tener claro una fecha para retornar a la capital y ansiaba regresar lo más pronto posible. Tenía ya más de quince días que no hablaba con Luis Carlos. Rebeca no le atendía las llamadas y la señora Aurora no le pasaba el teléfono al niño, teniendo casi dos meses que no lograba que se lo permitieran ver.

Ahora, el almorzar o cenar solo, en un cafetín o restaurante, se convertía en un martirio cuando lo asaltaba el pensamiento acerca de su situación con su esposa y su hijo. En algunas ocasiones las lágrimas luchaban por escapar de sus ojos, mientras un nudo en su garganta le dificultaba que los alimentos pasaran a través de esta. En momentos así le venía a la mente un fragmento del comienzo del libro de Valderrey: “Observo los pies bajo la mesa, y un licor corre despertándome los huesos. Entonces sé del equipaje que va sobre mis hombros, del adormecimiento, de esa desnudez, de mi máscara, de las piedras que me abren el cuerpo y duermen en bosques de otoño”.

Se acercaba la época decembrina y por aquellos días le comenzó a parecer a Borrel, que de forma permanente tenía un sabor entre amargo y salado en la boca, que por momentos se convertía en una especie de sensación ácida o metálica, como cuando se muerde una grapa, un fragmento de metal o un alfiler. Luego le sobrevenía una impresión similar a cuando se agua la boca y se genera un exceso de salivación o conato de nauseas. No sabía si era que se estaba enfermando del estómago o si era producto del estrés por la distancia que existía entre él y su familia o quizás la preocupación porque el caso, a pesar de ser considerado de interés para el cuerpo detectivesco y que la superioridad, lo había comisionado para que se sumara a las pesquisas, por considerarlo un prestigioso investigador, sin embargo, habían transcurrido varios meses y el caso parecía estancarse por la falta de indicios que orientaran el caso. Borrel tenía el temor de que el caso pudiera  ubicarse dentro de las estadísticas, como uno de tantos otros homicidios sin resolver en dicho Estado. Definitivamente  —pensó—, lo estaban afectando los nervios.

Borrel, para no pensar demasiado en su situación familiar, y por sentir que no estaba dando la talla con la comisión encomendada, decidió volver sobre lo que de acuerdo a las actas, había quedado  en el sitio del suceso, intentando descifrar la relación existente y con ello la motivación criminal predominante, tratando de descubrir el cabo suelto o de adivinar lo que había hecho desatar tanta ira sobre estas cuatro víctimas. Por otro lado aprovechó para tratar de estrechar relaciones con los dos médicos patólogos que hicieron las autopsias. Necesitaba de sus apreciaciones. Quizás esto lo podría ayudar para armar el rompecabezas.

El Inspector Borrel había leído las declaraciones que les tomaron a los ex empleados del complejo turístico y se dio cuenta que no arrojaban ninguna información de interés. Pensó que quizás fueron hechas para cumplir con la formalidad. En las mismas constaba que les fue preguntado de manera directa sus participaciones en los crímenes o si sabían quién los había cometido y acerca del grado de relación que tenían cada uno con dichos hechos. De igual manera se les preguntó si tenían o habían tenido acceso a las llaves del complejo y si conocían a las víctimas. Marcos Borrel, a pesar de que no quiso cuestionar estas declaraciones, en su interior le parecía que las mismas habían sido tomadas a la ligera o con el simple propósito de cubrir los requisitos establecidos en el protocolo de investigación.  A ninguno le fue preguntado acerca del tiempo que tenían trabajando en el lugar y si durante ese periodo habían observado a alguna persona sospechosa merodeando las instalaciones del complejo turístico. 

En el Departamento de Patología Forense del Estado, sólo trabajaban tres médicos haciendo autopsias, de los cuales, debido a la importancia del caso, dos de ellos habían sido designados por el director de medicina legal para realizar las autopsias: el Doctor Mario Roberti, todo un experto en su área: un hombre cincuentón y de contextura robusta, afable, de lentes redondos y pequeños al estilo Jhon Lenon y con una barba cerrada de unos tres centímetros de largo y muy bien arreglada.

El Doctor Roberti hablaba de manera pausada con una voz muy ronca, como de bajo profundo. Lo recibió desde el principio con una agradable sonrisa en sus labios, y sin tapujos le iba dando respuestas a las preguntas que Borrel hacía. En cambio, el otro médico, el Doctor Carlos Duarte, era un hombre de unos cuarenta años, muy delgado y alto, con unos lentes gruesos de pasta color negra, de actitud escéptica, quien parecía pensarlo dos veces antes de dar una respuesta o de exponer sus apreciaciones personales, refiriéndose siempre más a lo que decía su informe, que a las preguntas directas que le eran formuladas por Borrel. De tal manera que respondía la mayoría de las veces con las expresiones: “El informe dice…, en el protocolo está…”

Por supuesto que el Dr. Duarte comprendía que hay cosas que se perciben como seres humanos y que, como no se pueden explicar basados en hechos científicos, no se transmiten, por considerarse parte de la subjetividad de los individuos. Estas percepciones no se transcriben en los informes y él no estaba dispuesto a exponer su nivel de subjetividad, por lo que intentaba mantenerse dentro del marco del informe científico. Sin embargo, era hasta allí, al nivel de su percepción, por no decir del instinto o sexto sentido, hasta donde Marcos Borrel quería llegar.

Borrel lo instaba a exponer esa parte subjetiva que generaría conocimientos más allá de los obtenidos a través de los sentidos ordinarios. Quería llegar a lo desconocido que siendo intuido desde lo sensorial, anima otros sentidos que permiten interpretar y que de alguna manera nos revelan el porqué de ciertos hechos y relaciones. Al Inspector Marcos Borrel, algo en su interior le decía que debía seguir buscando, que no se diera por vencido y que descartara el pensar en que se trataba de un hecho fortuito o de un robo que salió mal. Para él, la saña puesta de manifiesto obedecía a una intencionalidad. Era un mensaje. Era la firma personal del o de los asesinos que le señalaban una psicopatía y una sociopatía. Los patólogos Roberti y Duarte estuvieron de acuerdo con él.

Después de aquellas primeras conversaciones con los médicos forenses, Borrel pasaba a saludarlos en sus días de guardias y se fue ganando cada vez más sus confianzas. A final de ese mes, aprovechó que se encontraba en época cercana a las festividades de navidad y pasó a visitarlos y les llevó una botella de vino tinto a cada uno como regalo. Luego de conversar  un rato con ellos sobre cosas triviales, cada uno quedó en llamarlo si se  presentaba cualquier otro cadáver con heridas similares a las del caso que se estaba investigando. 

El Dr. Roberti recordó haber autopsiado los cadáveres de una pareja con sus hijos asesinados en una playa. Pero, no tenía con precisión la fecha. Creía que habían sido asesinados como dos años atrás o tal vez más. Aunque en un principio no asociaba aquellos casos con este, porque las víctimas no eran extranjeras. Además, las heridas en aquellos cadáveres habían sido pocas y también porque no había existido ese exceso de violencia.

Para Roberti, sin embargo, los casos tenían cosas en común, como lo era el número de víctimas y el tipo de armas empleados en el ataque. Recordaba, que los cuerpos de los adultos presentaban evidencias de haber luchado con sus agresores y que las heridas en cada cadáver habían sido certeras. Al parecer una o como máximo dos puñaladas había recibido cada uno. Por otro lado, los casos se diferenciaban en que, el móvil que se estableció fue el robo con homicidio, porque los perpetradores se llevaron todas las pertenencias de las víctimas. De todas maneras, Roberti quedó en buscar copias de las autopsias en los archivos de la Medicatura Forense para analizarlas junto con Borrel.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo