Capítulo V

No obstante a las hipótesis, la investigación que desarrolló el cuerpo detectivesco de la región arrojó que el motivo de los asesinatos era desconocido. Para las autoridades quedaba en evidencia que la motivación del asesino o de los asesinos no era el dinero, por cuanto en el lugar estaban entre sus pertenencias, el dinero, las prendas, cámaras fotográficas y otros objetos de valor que llevaban consigo, lo cual descartaba la hipótesis del robo o la motivación económica. Los investigadores locales consideraban que de haber sido el factor económico, el autor pudo o los autores pudieron secuestrar a un miembro de la familia para pedir rescate. Por lo tanto, se consideraba que debía existir una razón más poderosa para causar dichas muertes, concluyéndose en que la hipótesis más probable debía ser el ajuste de cuentas, o que quizás algún tipo de problema en su país de origen los habría seguido hasta allí, ya que no  era la primera vez que estos turistas se habían alojado en dicho lugar.

Marcos Borrel, se sumó como apoyo al grupo de investigadores locales, el cual estaba dirigido por Carlos Regal, un Inspector de su misma jerarquía y antigüedad, a quien, a pesar de las instrucciones que tenia de sustituir, lo dejó a cargo al considerar que durante la investigación local se siguieron todos los protocolos y en corto tiempo se interrogaron tanto a los propietarios del conjunto residencial vacacional, como a todas aquellas personas que de una u otra forma habían llegado a tener contacto directo o indirecto con las víctimas. Las entrevistas y los interrogatorios no lograron aportar la información necesaria que pudieran conducir al esclarecimiento de los hechos.

El Complejo Turístico – Residencial la Vela, estaba conformado por un conjunto de tres edificios de cuatro pisos cada uno, en los que se ubicaban cuatro apartamentos por piso y, además poseía veinte casas de dos habitaciones cada una, con sala-comedor, cocina y dos baños y estacionamiento para dos vehículos al frente. Además tenía muchas áreas verdes a su alrededor, todo dispuesto para el alquiler de visitantes o turistas. No poseía internamente áreas de tasca, bar o restaurante, aunque sí contaba con una edificación de dos pisos, en la que se encontraba el área administrativa, el de lencerías, depósitos, servicios varios y recepción. No tenía un sistema de seguridad, salvo un muro, una cerca, las rejas y el control de acceso que era manejado desde la recepción por el empleado de turno.

 Aunque los edificios y las casas poseían entradas y salidas independientes, el complejo estaba delimitado por un muro perimetral de tres metros de alto, sobre el cual se extendía un cerco eléctrico. El complejo sólo tenía acceso por la parte frontal, donde estaba la fachada, con la puerta de entrada peatonal y pasillo techado que conducía a la recepción y la reja de acceso al estacionamiento delantero, el cual era utilizado por los visitantes. Desde una parte de este estacionamiento había un corto pasillo techado con una rampa para equipajes y paso de peatones y por otro lado se extendía una calle interior que conducía hacia los estacionamientos de los edificios y hacia las casas vacacionales que estaban ubicadas en la parte posterior y a cierta distancia de los edificios, brindando además de la belleza estética de los jardines, cierta privacidad a los que allí se hospedaban.

Los propietarios del Conjunto, eran varios socios, la mayoría no residían dentro de ese Estado. La administración era nombrada a través de una junta de propietarios que evaluaba los currículos de los candidatos a los cargos y por votación designaban a un gerente general y, a un subgerente que hacía las veces de jefe de operaciones. Ambos debían tener residencias locales. Estos últimos supervisaban todos los contratos de servicios que eran prestados por empresas locales y, al personal que laboraba como empleados fijos y que quedaban bajo sus cargos, entre ellos había tres que se turnaban en la seguridad, el control de ingreso y la recepción y seis mucamas, tres para atender el área de apartamentos y las otras tres para el área de casas. Las rejas de estacionamientos y las puertas peatonales poseían sistemas de llaves electromagnéticas programables en el área de recepción de acuerdo al código de la casa o apartamento rentado, por lo que al inquilino se le facilitaban dos tarjetas: una de acceso al conjunto y otra de acceso a su casa o apartamento alquilado. Esta última llave debía permanecer en la recepción cada vez que el inquilino salía del complejo y ambas reflejaban un histórico del movimiento de salidas y entradas al complejo habitacional.

Tanto el gerente y como el subgerente, habían sido interrogados respecto a si alguien había trabajado en ese lugar por poco tiempo dentro del último año y si existía algún empleado que hubiera sido despedido durante los últimos doce meses o si fue retirado algún empleado quedando en disgusto con la empresa. También se les preguntó acerca de cuándo colocaron las cerraduras o el sistema de control de acceso y quien era la persona o la empresa encargada de su mantenimiento, la frecuencia de este servicio y si siempre acudía la misma persona a hacerlo. Por otra parte, fueron entrevistados los empleados al respecto. Pero, todas estas declaraciones no arrojaron una información concreta que los investigadores pudieran seguir. No obstante, se recabaron las tarjetas de tres personas que llegaron a trabajar en dicho lugar por corto tiempo dentro de los últimos dos años: dos hombres como empleados de mantenimiento y una mujer como recepcionista.  

Los detectives locales y los jefes regionales tenían la convicción de que se trataba de un evento ocasional y aislado. Sin embargo, para Borrel, sobre la base de su experiencia y percepción, no se daba por vencido, por lo que trataba de establecer una relación víctima-victimario-arma-lugar de acuerdo al tetraedro del criminalista. Buscaba que algún detalle lo orientara en el esclarecimiento de dicho crimen. Por ello, volvía una y otra vez sobre las evidencias que quedaron en el sitio del suceso y de la información que arrojaron las autopsias de los cadáveres. La data de la muerte se había estimado entre tres y cuatro días, de acuerdo a la fauna cadavérica presente. Aunque existía la posibilidad de que la temperatura de la habitación, por haber estado encendido  el aire acondicionado en 16°C en el espacio confinado, donde los cuerpos no estuvieron expuestos a ningún factor climático, pudo retardar el proceso de descomposición de los cuerpos y por ende retrasar la aparición de dicha fauna, existiendo la posibilidad de que las muertes pudieron ocurrir unos cinco días antes de ser encontrados. 

Lo que sí se hacía evidente era de que las víctimas fallecieron por las lesiones recibidas; que el agresor o los agresores utilizaron armas blancas; y, que el primero en morir había sido el padre, luego los niños y por último la madre. Esto le hacía pensar a Borrel, en que los presuntos atacantes debían ser hombres; que inutilizaron primero a Josshep que era el más fuerte del grupo y por lo tanto representaba una mayor amenaza; que luego fueron contra la señora Jennifer, la cual fue sometida, atada, y posteriormente torturada, siendo obligada a ver y escuchar como morían sus hijos, quien finalmente, luego de las múltiples heridas y torturas recibidas sobre su cuerpo sucumbió.

En el lugar de los hechos no se encontraron huellas ni rastros dactilares, lo que ponía en evidencia que los autores materiales usaron guantes. Igualmente se observó que los implementos utilizados para atar a la mujer pertenecían al lugar. Todo esto daba cuenta de la organización del o los agresores y su previsión. A Borrel, los hechos le indicaban que los sujetos actuaban bajo cierta predeterminación, o sea que estos asesinatos no eran de oportunidad y así lo hizo saber a Regal y al Jefe de la Delegación. No obstante esto sólo fue considerado como una hipótesis más.

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