Capítulo IV

Pasaban las cinco horas de la tarde del mismo día en que fue comisionado, cuando Marcos Borrel llegó a Barajos. La Delegación estaba ubicada en una moderna edificación de cinco pisos, muy cerca del centro de la ciudad de Córdova. Con su llegada, se dio entrada por novedad e inmediatamente fue llevado ante la presencia del Jefe de la Delegación, Comisario Walter Briceño. Este lo recibió con un dejo de indiferencia.

— ¿Vienes solo o acompañado? — preguntó.

— Solo.

— ¿Tienes dónde quedarte a dormir?

— No. La verdad es la  primera vez que vengo a Córdoba. Me dijeron que en la Delegación tienen un dormitorio para funcionarios.

— Sí. Pero, no hay tendidos para las camas.

— No hay problema, yo traje.

— Entonces quédate por allí.

Después le giró instrucciones al funcionario que llevó a Borrel ante él, para que lo  condujera al dormitorio. Cuando ya iba saliendo de la oficina le dijo:

— Aquí hay un comedor que funciona para el desayuno y el almuerzo. Es más económico que comer en la calle. Pero, debes anotarte temprano a cada día. Para la cena comes por fuera al igual que cuando no te anotes para desayunar y almorzar.

Luego reforzó:

— En la acera de enfrente hay unos locales donde puedes desayunar hasta cierta hora. Si no, te vas caminando unas cuantas cuadras hacia el centro, donde están las zonas comerciales, siempre se consigue algo.

Marcos Borrel le dio las gracias, dio media vuelta y se retiró detrás del funcionario que lo esperaba.

Al día siguiente, desde el primer momento en que Marcos Borrel entró en aquella casa, se dio cuenta, tal vez el instinto de sus veinte años de experiencia como investigador de crímenes, lo alertaban de que no se encontraba frente a un caso más o de un hecho aislado. Observaba que se había ejercido un ensañamiento sobre las víctimas que parecían claras evidencias de una especie de venganza en la que se concentraba mucho odio por parte del o de los ejecutantes de tan horrendo asesinato.

Apenas traspasó los precintos de seguridad colocados en la puerta principal de acceso a la residencia; y tras haber introducido la llave que le fue suministrada en la sección de evidencias físicas, se dio cuenta de que a pesar de que la vivienda adolecía de un estricto sistema de seguridad, no se había ejercido ningún tipo de violencia para ingresar por esta parte de la casa. El Inspector Borrel observó que por fuera las ventanas, así como las puertas de garaje, de servicio lateral y otra de salida al traspatio, estaban cerradas por dentro y sin presentar fracturas de ningún tipo. Agradeció que por lo reciente del caso, el sitio de suceso no hubiera sido liberado y por lo tanto no se realizó ninguna modificación a la escena, salvo el retiro de los cuerpos. 

Marcos Borrel, con las copias de documentos en sus manos, trataba de reconstruir la escena, de acuerdo a los informes que le fueron suministrados por el grupo de investigadores locales que asistieron a la inspección técnica para el momento en que fueron hallados los cadáveres y, con la copia del informe de la policía municipal que acudió al lugar. En ellos se dejaba constancia de que ninguno de los accesos para ingresar al interior de la vivienda presentó signos de haber sido forzados. El verificaba minuciosamente y así era. Por tal sentido, coincidió con la apreciación que tuvieron los que acudieron allí antes que él, en que, o se utilizó algún tipo de llave para ingresar o alguno de los ocupantes del domicilio facilitó el acceso.

El acta de inspección Técnica daba cuenta de que, al momento de realizarse, las puertas de servicios y de salida al traspatio tenían colocados los pasadores de seguridad por la parte interior de la vivienda, lo cual era señal de que, si estas fueron utilizadas para ingresar a la misma, los cerrojos fueron colocados una vez que los agresores estaban adentro, lo cual, por lo general era poco probable, ya que si el objetivo era el de ocasionar las muertes, no tenía ningún sentido el asegurar las puertas por dentro una vez logrado el cometido, salvo que esto hubiera sido una contra medida forense. Es decir, haberse planificado el crimen con tal detalle que incluyera la disimulación y así desviar la orientación de la pesquisa. Pero, este no era el caso, ya que la violencia presentada en el lugar lo desdecía.

Luego de acceder al interior de la vivienda y revisarla, siguiendo meticulosamente lo plasmado en las copias de los informes de inspección técnica del sitio del suceso y al compararlo con el informe de la inspección de los cadáveres desprovistos de vestimentas en la morgue; así como, del estudio comparativo del levantamiento planimétrico, del montaje fotográfico y las actas policiales que componían el dosier que le fue entregado, Borrel observaba que, aunque los cadáveres ya no estaban presentes podía percibirlos, deduciendo que según el cúmulo de evidencias, al parecer el crimen fue cometido por uno o más asesinos organizados que estaban motivados por un sentimiento de odio hacia las víctimas o al menos hacia alguna de ellas y que, de alguna manera, ejercieron un rápido control sobre el grupo familiar, no permitiéndole escapar a ninguno con vida y que además fijaron su mayor atención en la madre de los niños.

Había sido a las 10 de la mañana del día 05 de septiembre de 2010, cuando el Inspector Jefe Marcos Borrel García, fue designado para investigar este caso. El mismo se trataba de que en la mañana del 02 de septiembre, en una de las casas del Complejo Turístico - Residencial La Vela, ubicado cerca de una playa del mismo nombre, a la entrada de la ciudad de Córdova, en la costa Nororiental del Estado de Barajos, fue hallado una familia de turistas canadienses, conformada por cuatro integrantes: Josshep Conrad –el padre- de 42 años de edad; Jennifer Walmarson –la madre- de 36 años y sus dos pequeños hijos: Jeannine y Bald de 10 y 8 años respectivamente, cuyos cadáveres se encontraban en avanzado estado de descomposición. Los mismos habían sido asesinados en el interior de la casa que rentaron para su estadía vacacional.

Según la transcripción de novedad, que hacía las veces de noticia críminis y que encabezaba el dosier, y según las actas preliminares, los cadáveres fueron hallados por una ciudadana de nombre María De Marthinó, la mucama encargada de hacerle el mantenimiento a esa sección de las casas rentadas, una vez que son desocupadas por los inquilinos. También era la persona que le correspondía realizar los cambios de toallas y sábanas cuando eran requeridas por los inquilinos, quien al darse cuenta de que habían pasado varios días sin verlos y sin que solicitaran cambios de lencerías, pensó que se habían retirado, y, por propia iniciativa, decidió ir a hacerle mantenimiento a esa residencia. Para ello, optó por retirar un duplicado de la llave en la oficina de recepción y se dirigió a la vivienda, y al penetrar se encontró con el macabro hallazgo, por lo que dio parte a la administración, desde donde el subgerente llamó al número de emergencia de la policía.

En el lugar se hizo presente una comisión de la Policía Municipal, la cual al ingresar a la vivienda y verificar que la información que habían recibido vía telefónica era cierta, notificaron vía radiofónica, dando aviso a la Delegación de la Policía de Investigación Penal, la cual se hizo cargo de las investigaciones, cuyas copias de actas procesales ahora estaban siendo revisadas por Borrel, ya que los originales se mantienen en el despacho hasta que el expediente definitivo sea remitido a los tribunales competentes.

En las actas constaba que el cadáver del señor Josshep Conrad fue hallado boca arriba sobre el lado derecho de la cama matrimonial, en un charco de sangre y presentaba una herida cortante, limpia y profunda en el cuello de lado a lado, la cual cercenó las arterias aorta y carótida, observándose que el corte, según sus características, le fue realizado de una sola vez, con un solo movimiento desde su lado izquierdo hasta el derecho. Además presentó siete heridas punzo penetrantes entre el pecho y estómago, las cuales parecían no estar justificadas, ya que la herida en la garganta era tan profunda y aniquiladora que lo desangró rápidamente. Posteriormente, el protocolo de autopsia comprobaría que el apuñalamiento fue ocasionado mientras se desangraba (anti – morten). Su cadáver no estaba atado y tampoco presentaba heridas de defensas en sus manos ni brazos, lo que hacía presumir que fue lesionado mientras dormía y que su muerte había sido rápida.

El cadáver de Jennifer Walmarson se encontró semi sentada en el piso, con su costado y lado derecho del rostro apoyados del lado izquierdo de la cama, a unos 30 centímetros de la pata del copete (cabecera de la misma). Su cuerpo estaba atado de manos mediante dos trozos de cordones de unos 80 centímetros de largo, que luego se comprobó que habían sido cortados de una de las persianas de la habitación, lo cual quizás pudo permitirle un limitado movimiento. Tenía una media de lana sintética color blanca dentro de la boca y estaba amordazada con un paño que le fue amarrado desde la cara hasta su nuca. La otra media estaba en el suelo, junto a uno de los gabinetes de la habitación. 

Los pies de la señora Walmarson estaban amarrados con unas trenzas de color negro, que se correspondían con los zapatos del señor Conrad. Su cuerpo presentó múltiples heridas punzo penetrantes en el estómago, pecho y espalda, todas de poca profundidad, así como heridas cortantes a lo largo de ambas piernas y brazos como señal de torturas. En su cadáver se observaban heridas de defensas en ambas manos, quizás en un intento por evitar el resto de las heridas cortantes y punzantes que le fueron infligidas, deduciéndose que su muerte había sido lenta, falleciendo por desangramiento, lo que ponía en evidencia una actuación sádica concentrada sobre ella.

En el caso de los niños, el varón se hallaba en el piso, a la entrada de un segundo dormitorio y la hembra en el piso del área de cocina. Ambos presentaban múltiples heridas punzo penetrantes en sus pechos y abdómenes. Obviamente habían sido sacados de sus camas porque todos estaban vestidos con pijamas o ropas de dormir, lo que demostraba que el ataque a la casa se realizó durante la noche, o cuando la familia dormía. No había evidencias de que hubieran permanecido secuestrados por horas o por días, ya que tanto los utensilios de cocina, como del resto de la casa se encontraban limpios y en perfecto orden, lo cual implicaba un ataque sorpresivo y directo que venía a reforzar las hipótesis locales sobre la venganza personal y la muerte por encargo.

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