Dejando atrás al par, Brianna caminó a su lado con una serena sonrisa en los labios.
—Eso fue interesante —murmuró.
Él se sonrió, pero no dijo nada. No tenía sentido.
Si a Brianna no le gustaba su familia, ¿por qué él debía ser político o fingir que le interesaba tratar con ellos? Al final, los que importaban eran ella y su hijo. Los demás podían irse al carajo.
Caminaron un poco más, y ante ellos apareció un hombre elegantemente vestido cuyos ojos brillaron de alegría apenas ver al muchacho en silla de ruedas.
Se despidió de las personas con las que hablaba y caminó hacia él con una enorme sonrisa en los labios.
—¡Kane, hermano, qué bueno verte! —saludó en un inglés que contenía un leve acento italiano que llamó la atención de Brianna.
Ambos compartieron un apretón de manos y luego un cálido abrazo que la sorprendió, mucho más al ver la sonrisa en los labios de su esposo.
El hombre, que vestía de traje y tenía el pelo castaño bien peinado, alzó la vista y la encontró. Su sorpresa fue