CAPÍTULO 3

Mientras aquellas cosas revoloteaban por mi mente, a la vez que jugaba con mi comida, Alexander apareció de sorpresa quitando mi sándwich de la mano para llevárselo a la boca.

—¡Eh, eso es mío! –le dije molesta–, ¿No tienes comida acaso?

—Sí, pero es más divertido quitártela a ti –me contesto sacándome la lengua–, ¿Dónde m****a te habías metido? Te estuve buscando por todo el instituto como un maldito perro.

Por un momento se lo iba a decir, pero sabía lo que pasaría si lo hacía… Se pondría muy celoso, y lo que menos quería era empezar el día peleando con mi novio.

—Nada, lo mismo de siempre… me escondí a fumar por ahí –dije sin importancia mientras le daba un gran mordisco a mi manzana.

No sé por qué le mentí, tal vez debería haberle contado mi encuentro con ese chico, pero me pareció un detalle irrelevante que sencillamente no tenía importancia. Además, Adam podía ser un poco fastidioso cuando se trataba de otros chicos, era un poco irritante.

Se sentó cerca de mi asiento, para estar más cerca mientras seguía devorando lo que quedaba de mi sándwich de atún, mientras que con su brazo libre me tomaba de la cintura.

–¡Te quiero, no lo olvides! –dijo dándome un sonoro beso en la cien.

–Y yo a ti –dije mirándolo a los ojos–, con todo mi corazón.

Siempre éramos así, desde muy pequeños nos llevábamos bien, hasta el día que dejo de ser mi simple vecino, compañero de estudio, a ser mi novio. Para todos fue una total sorpresa, porque vivíamos peleando cómo perro y gato, ya que él siempre fue un don juan, y yo a pesar de no ser celosa me molestaba bastante. No sé cuándo ocurrió todo, quizá cuando me di cuenta que ya no era un muchachito, sino todo un hombre, hecho y derecho.

Adam me llevaba un par de años, aunque íbamos al mismo salón él había repetido un par de veces, yo era una alumna algo sobresaliente pero rebelde. A veces solíamos salir, a las ferias, exposiciones de autos –él tenía un maserati–, al centro comercial, y poco a poco se fue metiendo cada vez más en mi cabeza. Lo que más me gusta no es solo su apariencia física, el color de su cabello oscuro, la forma en la que viste con esos vaqueros ajustados de color negro, o sus tantos jerseys, la seriedad de su mirada, el reflejo de sus ojos azules, todo eso era un simple bonus, a mí me gustaba que a pesar de no ser un tío muy expresivo, siempre lograba sacarme un pequeña sonrisa con cualquier tontería, y siempre estuvo ahí para mí, sobre todo después que mi madre muriera.

Sabía que él era un tío complicado, más allá de su carácter indomable, grosero, mal humorado, era algo agradable, al menos conmigo lo era. A pesar de todo no había cambiado su forma de ser, tras los miles de contratiempos que lo azotaron a lo largo de los años. No entendía bien su humor sarcástico, ni tampoco porque siempre tenía cara de haberse peleado con el mundo entero, pero lograba siempre hacerlo soltar un par de muecas, lo cual me llenaba por completo.

Él era mi gran amor.

Mi otra mitad.

Iba a levantarme para retirar mi bandeja del almuerzo cuando noté que Adam se quedó mirando un punto fijo, y al darme cuenta lo que era mi cara se tiño de rojo. Enfrente de nuestra mesa se encontraba “el sequito de taradas”, así le decía yo a Sandy y sus tres amigas, una más tonta que la otra. Ese día Sandy se había puesto un leggins de cuero que dejaba ver su huesudo trasero y mi novio estaba observándolo muy detenidamente.

Le di un zapé muy sonoro en la nuca mientras intentaba no hacer un alboroto en medio de la cafetería

—¿A ti que bicho te pico? –pregunto cabreado

—¡Eres un puerco! –Dije a punto de llorar, pero me contuve–, no quiero verte ¿¡ME HAS ODIO!?

Salí de ahí hecha una furia esquivando a los que se me cruzaban en el camino, mientras todos mi miraban como si yo estuviera loca. Sí, termine armando un numerito que hizo que todos se dieran cuenta, al igual que Sandy que al verme comenzó a reírse con su sequito de taradas oxigenadas.

A pesar de lo ocurrido, mientras caminaba directo a la salida mi mente estaba inundada con el hecho de qué mi novio era un imbécil, y que estaba más raro de lo normal.

En un par de días sería nuestro aniversario, y no sé porque siento que las cosas no están bien, para nada bien. Al llegar a la salida, me choque con un par de musculitos que provenían de aquél chico raro, y al momento ni siquiera me disculpé por haberlo empujado, sólo me limite a salir corriendo de allí. A los minutos me percate que alguien me seguía el paso, y aunque no quería ni mirar sabia de quien se trataba. Ese chico, venía siguiendo mi paso como si no se cansara de seguirme, aunque mi humor no fuera optimo preferí darme la vuelta para saber qué quería.

—¿Qué quieres? –Espeté–, no ves qué no quiero hablar con nadie. Quiero estar sola.

Él no hizo caso a mis palabras, solo se limitó a caminar a mi lado en silencio, mientras metía mis manos en los bolsillos de mi chaqueta para calentarme.

—A veces, es bueno hablar con alguien… puedes hablar conmigo.

—¿Por qué m****a hablaría contigo? –Lo encaré furiosa–, ni siquiera sé porque estabas en el baño esta mañana.

 —De acuerdo, no tienes por qué hacerlo. Pero no me iré hasta que no sepa que estas bien.

Lo mire fijamente.

—¿Por qué lo haces? ¿Por qué te importa? –le pregunté desconcertada.

—Por qué todos, en ocasiones necesitamos un amigo.

Aquella frase me dejo anonadada, congelada.

Sencillamente, no había conocido a un tío más raro que esté. Era inusual –al menos para mí–, alguien realmente se preocupara a tal punto. Para eso la tenía a Lori, al menos cuando me sentía como hoy, pero últimamente se estaba comportando cómo la m****a, y ya sé el por qué.

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