Esta vez, Clarissa vino con Giovanni a ese restaurante. Aunque ya había pasado la hora punta, las mesas fuera del local —dispuestas para quienes esperaban su turno— seguían completamente ocupadas.
Algunos comían las entradas que ofrecía el restaurante, otros jugaban a las cartas, y algunos más estaban en plena sesión de manicura. Incluso había sillones de masaje, y al lado, una pequeña zona de juegos abierta para matar el tiempo. Todo muy bien pensado.
—Hay demasiada gente… ¿Y si vamos a otro lado? —dijo Clarissa. Al principio, al ver que Giovanni la había llevado allí, se había emocionado. Pero al ver tanta gente, se le fueron las ganas.
No podía dejar que Giovanni se quedara allí esperando con ella. Era un hombre que ni siquiera tenía paciencia para una cena normal. Estaba acostumbrado a recibir trato preferencial donde fuera, y tenerlo allí, con hambre, esperando en fila, le parecía un poco cruel.
Después de todo, en San León había muchos sitios donde comer bien, no hacía falta qued