El helicóptero aterrizaba en la terraza del hospital privado donde habían trasladado a Aetos, ella prácticamente se lanzó de la aeronave moviendo sus pies lo más rápido que ponía, con el corazón en la mano y sin resignarse a perderlo. Con él en ese estado no le importaban las consecuencias, si moría, moriría feliz a su lado.
El tiempo era su peor enemigo en ese momento, cada minuto contaba y los hombres que la acompañaban le informaron que todavía la estaban buscando hasta debajo de las rocas de todo Atenas y que un grupo se había movilizado para buscarla en Salónica.
«Con nosotros está a salvo» le había dicho aquel hombre que desconocía por completo, sin saber a qué se dedicaban y quienes los regían pero suponía que no eran partidarios del bien, que no eran gente que se movían en lo legal. Así como los que la buscaban y habían puesto en aquel estado delicado a su esposo.
Los pasillos se le hicieron inmensos, queriendo volar hasta aquella habitación en cuidados intensivos, importán