No hice nada grave.
Livy Clark
Caminé por todos lados. Corrí. Estuve desaparecida durante casi dos meses. Lejos de todo lo que conocía, tomé aire mientras empujaba el carrito de bebé junto a mi cansancio. Miré a un lado y, en un banco de parque, con las piernas cruzadas, Juan me observaba.
– ¿Puedo parar ya?
Él me miró, sonrió, y luego miró su reloj.
– Cinco minutos más.
Mostré mi mejor mueca mientras me rendía al sudor y la falta de aire.
– ¡Ya basta! Maldito sea el momento en que te dejé transformarme en una nueva mujer.
– Maldito sea, ¿verdad? Pero ahora necesitas un trasero firme. ¿Vamos?
Lo maldije, pero no en serio. Estaba maldiciendo mentalmente mientras sentía mis piernas derretirse lentamente.
– Dime que esta tortura ya terminó. Necesito ir a casa. Maive todavía tiene que comer...
– Vamos. – Anunció Juan.
Sentí como mi cuerpo celebraba de alegría.
– Gracias a Dios. – Todavía estaba tan sin aliento que no me quedaban ganas de saltar de alegría.
Caminamos despacio hasta la casa alquila