Por fin había llegado el día de que Kiara viera al bebé. Los médicos le habían aconsejado que se tomara su tiempo a pesar de su impaciencia. Ella se estaba recuperando de una operación y el bebé aún era prematuro, lo que significaba que ninguno estaba realmente en condiciones de ver al otro, pero Kiara estaba tan ansiosa como nerviosa. Martiniano estaba a su lado, esperando a que el médico los acompañara a la UCIN, donde estaba el bebé Josiah.
—¿Y si no le gusto?—. preguntó Kiara a Martiniano, que no podía dejar de sonreír.
Él soltó una risita ante su pregunta.
—¿Por qué no iba a gustarle?—, preguntó. —Todo irá bien—, le tranquilizó en voz baja.
—¿Seguro?
—Seguro.
Kiara sonrió mansamente antes de que entrara la enfermera con una silla de ruedas a la cabeza. Kiara frunció las cejas, preguntándose por qué necesitaba una silla de ruedas. No estaba paralítica y podía andar perfectamente, y pensaba decírselo a la mujer.
—Soy perfectamente capaz de ayudarme a mí misma