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—¿Por qué hacéis esto? —, preguntó Cameron, sin prestar atención a los teléfonos que les hacían fotos. Helena tenía la sensación de que las fotos no iban a ser buenas noticias, pero le estaba costando mucho no dejarse llevar por el pánico. Ya no tenía energía para hacer nada contra los intermitentes flashes.

—No estoy haciendo nada. Sólo estoy aquí, cenando. Eres tú la que estás haciendo el ridículo—. Helena se estremeció. Las palabras de Sharon eran como fragmentos de hierro clavándose bajo sus uñas. Y, si ella, una espectadora, sentía todo eso, estaba segura de que la persona a la que iban dirigidas las palabras se sentiría mucho peor. Por la forma en que la cara de Cameron enrojeció, su corazonada dio en el blanco.

—Bueno, yo no estaría aquí si no fuera por ti. Est

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