Un plan siniestro

La noche se había convertido en un pozo sin fondo de lágrimas y recuerdos que se clavaban como espinas.

Amanda se acurrucó en el sofá de la sala, envuelta en una manta que olía a Abel, un aroma que ahora le provocaba náuseas.

Las palabras de él y de Carmen seguían girando en su cabeza. Cada sollozo le arrancaba un pedazo de dignidad, pero no podía parar.

Había perdido el matrimonio, la empresa, el último rastro de su familia. López & Asociados, el legado de su padre, ahora en manos de un hombre que la había usado como un juguete.

¿Cómo había llegado a esto? Se tocó el vientre con manos temblorosas, aferrándose a la única esperanza que le quedaba. La clínica. Mañana confirmaría si el tratamiento había funcionado. Si estaba embarazada, todo cambiaría. Abel no podría divorciarse tan fácilmente, no podría quitarle lo que quedaba. Sería su salvación, la prueba de que aún tenía control sobre algo en su vida.

Amanda se levantó con los ojos hinchados y el cuerpo entumecido. Se miró en el espejo del baño, borrando las huellas del llanto con agua fría. No iba a derrumbarse más. Se preparó con cuidado. Decidió que no iría sola a la clínica. Abel tenía que estar allí, ver los resultados con ella. Si era positivo, podrían hablar, arreglar las cosas.

Lo llamó mientras bajaba las escaleras, el teléfono pegado al oído.

Un tono, dos, tres. Nada. Volvió a marcar, pero solo el buzón de voz respondió con esa grabación impersonal.

“Abel, soy yo. Necesito que vayamos juntos a la clínica. Llámame”. Colgó, frustrada, pero no derrotada. Iría a buscarlo a la empresa.

Bajó al garaje y subió a su coche, un sedán negro que Abel le había regalado en su primer aniversario. El motor ronroneó al encenderse, y salió a la avenida principal. El tráfico era un infierno, coches apiñados como sardinas en una lata.

Un atasco monumental la atrapó a mitad de camino, con cláxones resonando y el sol calentando el interior del vehículo. Miró el reloj del tablero: iba tarde. Sacó el teléfono y marcó el número de la clínica.

—Clínica de Fertilidad del Norte, ¿en qué puedo ayudarla?

—Soy Amanda López. Tengo una cita a las nueve. Voy con retraso por el tráfico. ¿Puedo llegar un poco más tarde?

—Señora López, la entendemos. Llegue cuando pueda, pero intente no demorarse mucho. El doctor la esperará.

Colgó con un suspiro de alivio. El atasco se movió por fin, y aceleró hacia el edificio de oficinas donde López & Asociados ocupaba los pisos superiores. Aparcó en el estacionamiento subterráneo y corrió al ascensor, el corazón latiéndole con fuerza. Las puertas se cerraron y subió sola, ajustándose el vestido. Al salir en el piso quince, el lobby estaba desierto, salvo por Katy, la secretaria de Abel, que tecleaba furiosamente en su computadora.

—Buenos días, Katy —dijo Amanda, forzando una sonrisa.

Katy levantó la vista, los ojos abiertos por la sorpresa.

—Señora López... eh, buenos días. ¿Qué hace aquí? El señor Rodríguez está en una junta urgente. No puede interrumpirlo.

Amanda frunció el ceño. ¿Una junta urgente? A esa hora, sin avisarle. Algo no encajaba.

—Necesito hablar con él ahora. Es importante.

Katy se levantó, extendiendo una mano.

—Espera, no puedes pasar. Él dijo que...

Pero Amanda ya había empujado la puerta de la oficina, ignorando los gritos de Katy. El espacio era amplio, con ventanales que daban a la ciudad y un escritorio de caoba que había pertenecido a su padre. Y allí estaban: Carmen sentada en un sillón de cuero, con una sonrisa torcida; Abel y una mujer desconocida sentada en sus piernas, riendo bajito. La escena se congeló cuando Amanda entró. La mujer era joven, con cabello rubio y un vestido ceñido que acentuaba su figura. Abel no se inmutó; en cambio, sonrió con descaro, como si la hubiera estado esperando.

Amanda se quedó pasmada, la boca seca. Sus ojos bajaron a las manos de la mujer, que sostenían unas ecografías de ultrasonido, imágenes borrosas pero inconfundibles: un bebé en formación.

—¿Qué... qué es esto? —balbuceó Amanda, las lágrimas brotando sin control.

Abel se puso de pie lentamente, apartando a la mujer con gentileza. Caminó hacia Amanda, su expresión una mezcla de burla y triunfo.

—¿De qué te sorprendes, Amanda? ¿Pensabas que iba a esperarte para siempre?

Ella retrocedió un paso, pero él la alcanzó. Le sostuvo el rostro entre las manos, sus pulgares rozando sus mejillas húmedas. Se inclinó y la besó, un beso forzado que sabía a traición. Amanda lo empujó con todas sus fuerzas, pero él la sujetó por los brazos, pegándola contra su pecho.

—Suéltame —sollozó ella, luchando en vano.

Abel rio bajito, su aliento cálido contra su oído.

—Eras patética siempre, Amanda. Lo admito, me quito la máscara. Me cansé de fingir que me agradabas, que te deseaba. ¡Dios, que infierno fue! Estaba asqueado de ti. Rogaba para que no quedaras embarazada, aunque eso era imposible; porque lo único que me daba satisfacción era verte destruida, dependiendo de mí, al borde del colapso.

—¿Por qué? —lloró ella, las lágrimas empapando su camisa mientras escuchaba como su esposo hablaba de ella, la odiaba, lo dejaba ver en cada frase que salía de sus labios—. ¿Por qué me tratas así? ¿Qué te hice?

—Es placentero —confesó él, apretando más sus brazos—. Verte dependiente, dócil, sumisa. Como un perrito que mendiga migajas. Eso es lo que eres.

Carmen se puso de pie entonces, su risa cortante llenando la habitación.

—Fue fácil verte humillarte, querida. Tan orgullosa con tu apellido López, y mírate ahora. Si lo haces una vez más, al menos te dejaremos la casa para que tengas donde vivir. Sacaremos a tu madre de esa residencia cara donde la cuidan, con todos sus tratamientos. No podrás pagar nada, ¿verdad? A menos que te arrodilles frente a nosotros. Vamos, hazlo. Arrodíllate y suplica. A lo mejor me compadezco.

Amanda sacudió la cabeza, el mundo girando a su alrededor.

—No entiendo... ¿Por qué me humillan así? Abel, aún soy tu esposa. Aún podemos arreglar las cosas. La clínica...

Abel la soltó de golpe, pero su mirada la clavó en el sitio.

—Arreglar las cosas. Qué ilusa. Te contaré un secreto, Amanda. Compré todas las acciones de la empresa de tu padre para hacerlos caer. Un truco sucio, lo sé, pero no es mi culpa que fuesen tan confiados y más el viejo ese. Soborné a varios socios para esas malas gestiones que tanto lamentas. La empresa nunca estuvo en quiebra de verdad. Los activos se desviaron a otros lados, imperceptibles, hasta este momento. Ahora me quedo con todo, como planeé desde el principio. No te ayudé porque deseaba sacarte del lodo, sino porque siempre fue un plan. Y tú desesperación me lo puso todo fácil. Fue casi… como quitarle un dulce a un niño.

La ira estalló en Amanda como una tormenta. Gritó y se lanzó contra él, arañando su rostro, golpeando su pecho.

—¡Maldito! ¡Me has quitado todo! ¡Hijo de puta! ¡Bastardo! ¡¿Qué hiciste?! ¡¿Qué hiciste?! ¡Has destruido a mi familia!

Carmen intervino, dándole una cachetada que la hizo tambalear. La empujó al suelo con fuerza, y Amanda cayó de rodillas, el dolor irradiando por su cuerpo.

—Has perdido, niña. Aprende tu lugar. La fertilización jamás funcionaría porque nosotros lo impedíamos. Nunca te daban la inseminación real. Era un juego, nada más. Cada año igual, era mi diversión favorita. Verte ilusionada, desesperada... Delicioso. El embarazo nunca sucedería. ¿Es que no lo entiendes? No había oportunidades de que ganaras. Jamás. Desde el inicio estabas destinada a perder.  No importa lo que hicieras, no podías ganar. El juego, desde que empezó, siempre estuvo en tu contra.

—No… ¡Es mentira! ¡Mentira!

—Afróntalo. Todos esos años y sin que quedaras embarazada… Pero diré un secreto—Carmen se acercó a ella y susurró en su oído—. Ahora sí lo estás. Pero no de mi hijo. Ordené que esta vez sí funcionara, pero no con la muestra de mi hijo. Jamás dejaría que llevaras mi linaje en tu vientre podrido y cutre. Un donador al azar. ¿No querías ser madre? Pues lo serás, pequeña inútil.

Amanda se tocó el vientre con desesperación, las manos temblando sobre la tela de su vestido. Habían jugado con ella, manipulado su sueño más profundo. Las lágrimas caían sin control, un torrente de dolor y rabia. ¿Cómo podían ser tan malvados? ¿Cómo pudieron jugar con ella de esa manera?

—N-No… Esto no… Esto no puede estar pasando.

—Felicidades. Estás embarazada. ¿Querías ser madre? ¡Pues lo serás! A saber de quién será ese bastardo.

—¡Es mentira! —miró los ojos que la observaban. Carmen, que tanto la había humillado, Abel, que se había mostrado como un camino de salvación ante problemas que la ahogaban, siendo el causante de todos ellos. Habían jugado con su vida, la habían manipulado y controlado a su antojo, incluso con el acuerdo, todo siempre fue un plan, desde el inicio, algo que ella no vio venir y que ahora la dejaba de nuevo de rodilla ante ellos—. Los odio —sollozó—. Juró que me vengaré de ustedes. Recuperaré todo lo que me robaron. Todo. ¡No se quedarán con lo que es mío!

Abel se agachó a su nivel, su voz un susurro cruel.

—El acuerdo es claro, Amanda. El tiempo se acabó. No me diste hijos, así que todo pasa a mis manos. Adiós a López & Asociados. Adiós a ti.

La puerta se abrió de golpe, y dos guardias de seguridad entraron, llamados por Katy. La levantaron del suelo sin miramientos, arrastrándola hacia el pasillo mientras ella pataleaba y gritaba.

—¡Me vengaré! ¡De todos ustedes! ¡Lo juro!

Las puertas del ascensor se cerraron, ahogando sus gritos. Abajo, en el lobby, la soltaron con rudeza, y Amanda salió tambaleando al sol cegador.  

Estaba destruida, la habían humillado, arrebatado todo, mentido y usado.  Y ahora… estaba embarazada de un desconocido.

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