Eric no tardó en llegar a la empresa.
¿Cómo era posible que no quisieran decirle quién demonios tenía a sus hijos, quién era su madre?
En aquel momento no importaba tanto porque compraría la clínica y podría saber más de esa mujer, pero… Odiaba no tener que esperar.
—Jefe —dijo su asistente, apartándose para dejarlo pasar cuando él llegó a su oficina.
—Dime todo lo que has hecho hasta ahora —ordenó, sin quitarse el abrigo. Se plantó tras el escritorio, como si necesitara sostenerse a algo—. Necesito respuestas y soluciones.
Marcos abrió el dossier y lo desplegó con manos rápidas.
—Estado de la Clínica de Fertilidad del Norte. Propiedad de una sociedad médica con cinco socios principales. Deudas al día, flujo positivo, dos demandas menores en curso, nada grave… hasta hoy. —La uña del asistente golpeó un renglón—. A primera hora, hicimos un contacto discreto a través de Leroux & Salcedo. Ofrecimos treinta millones por la adquisición total, asumiendo pasivos y retención del personal clave. Rechazaron.
Eric no pestañeó. No importaba su rechazo, solo debían subir el precio, hasta dar una cifra que fuese atractiva para los socios.
—Duplica.
Marcos titubeó apenas una fracción de segundo, lo suficiente para que se notara.
—Señor… es una mala inversión. Hablamos de una clínica mediana, con un margen que no justifica una oferta así. Ni con la reputación que tiene —levantó la vista—. Aunque la compres, los protocolos de confidencialidad no desaparecen de un plumazo. La ley tiene su peso.
Eric lo miró haciéndole saber que no necesitaba su opinión ni clases de moralidad.
Lo único importante eran sus hijos, nada más.
—Duplica —repitió, esta vez más bajo—. Y añade una cláusula de control inmediato del archivo y los servidores. Quiero la sala de datos abierta en una hora. Quiero los registros de las últimas veinticuatro horas, listas de pacientes, listas de personal, proveedores. Todo. ¿Qué parte de que lo quiero para ahora es la que no logras entender?
Marcos respiró hondo, ya con el teléfono en la oreja mientras asentía.
—Sí, señor… —se apartó un paso, marcando a su primer contacto—. Aquí Marcos. Subimos la oferta. Sesenta. Transferencia inmediata, pasivos incluidos, continuidad garantizada… —Caminó hacia la ventana para poder escuchar, una mano en el bolsillo, la otra sujetando la tableta como si fuera un escudo. Sabía que cuando Eric tenía algo en la cabeza, nada podía disuadirlo.
Eric apoyó ambas manos sobre el escritorio. Las venas en sus muñecas se tensaron.
Ahora lo recordaba, había visto a esa mujer de nuevo —la reina caída— llorando en la puerta de la clínica, tenía mal aspecto, ojos enrojecidos, dedos apretando un bolso como si allí estuviera su respiración.
¿Qué hacía allí? ¿Por qué se veía tan miserable? No es que le importara, pero… ¿Qué hacía allí?
¿Otra vil coincidencia?
Ese interrogante le arrojó una bilis fría a la boca. Sus dedos se cerraron en un puño. El golpe contra la madera fue seco, contenido. Marcos dio un brinco y soltó un “perdón” en voz baja al interlocutor, como si el golpe hubiese sido una mala palabra dicha frente a un juez.
—Sí. LOI no vinculante, pero depósito de buena fe hoy mismo… —Marcos lo miró de reojo—. Entiendo sus reservas. Lo sé. Es mucho dinero para una clínica local… —Hizo una pausa, apretó los labios—. ¿Un almuerzo? En treinta minutos. Envío el borrador y nos vemos. Gracias.
—¿Ahora qué? ¿Más retrasos?
—Aceptan sentarse. Quieren entender por qué… por qué tanto. —Se pasó la mano por la corbata—. Están nerviosos, pero con esa cifra nadie se resiste.
—Diles que ya no tienen nada que entender —lo cortó Eric, la voz baja, manteniendo la desesperación a raya—. La clínica es mía. Hoy.
Marcos abrió la boca, pero la cerró de inmediato al ver la mirada de su jefe. Asintió rápido y volvió a marcar.
Unos minutos después, Marcos levantó la vista del móvil, el rostro pálido, aunque empezaba a lucir satisfecho.
—Está hecho. La clínica ahora es tuya, Eric. Puedes entrar al servidor, abrir expedientes, lo que quieras.
Eric inclinó la cabeza, como si esa confirmación solo hubiera sellado algo que él ya daba por sentado.
—Bien. Quiero todos los archivos en mi escritorio antes de una hora. Historias clínicas, registros de inseminación, listas de pacientes, todo. Si alguien se atreve a hablar de protocolos de confidencialidad, recuérdales que desde ya trabajan para mí.
Marcos tragó saliva y asintió, ya tomando notas.
Cuando se fue, la oficina recuperó el silencio hermético de siempre. Eric permaneció de pie, clavado en su sitio.
¿Cuántas cosas podía comprar? Casi todas.
¿Qué no podía? El tiempo. El tiempo que había dejado que la clínica lo tuviera como un archivo en un congelador sin rostro. Una muestra. Un código. Un contrato que él creía perfecto. Una garantía de control. Y ahora… gemelos, su sangre, en un vientre ajeno, sin nombre, fuera de su mano.
Quiso expulsar el pensamiento de inmediato. “Fuera de su mano” era una frase que no existía en su mundo. Nada estaba fuera. Nada debía estar fuera.
El golpe en la madera le dejó un ardor en los nudillos y lo obligó a respirar. Soltó el aire despacio, desabrochó el abrigo, lo colgó en el respaldo de la silla y se sirvió agua. Tenía la garganta seca, no por sed, sino por contención.
El intercomunicador parpadeó.
—El señor Cyril Denver acaba de llegar —anunció su secretaria—. ¿Desea verlo? No tiene cita.
—No la necesita. Que pase.
Durante esa hora que faltaba necesitaba distraerse y Cyril siempre era bueno en eso.
Todo cuanto fuera para aliviar la tensión de que estaba a punto de saber quién era la madre de sus hijos.
Pensar que todo en su vida era planeado y ahora estaba procreando con una desconocida.
Cyril no esperó a que la puerta terminara de abrirse. Entró con esa sonrisa de gato que se permite el lujo de pisar alfombras caras porque las hizo limpiar él mismo alguna vez. Traía el abrigo al hombro, el cabello ligeramente revuelto por el viento y una mirada traviesa al ver a su amigo.
—¿Quién te mordió? —preguntó, clavando los ojos primero en los nudillos enrojecidos y luego en la mandíbula apretada de Eric—. Por Dios, siempre pareces a punto de estallar. ¿Qué demonios sucede ahora? Tú no golpeas el escritorio por diversión. A menos que haya sido un rostro el objeto de tu ira.
—Siéntate. Me alegro de verte.
—Pues primera vez.
—Cállate un poco.
Cyril le hizo caso, pero de camino a la butaca se sirvió una pulgada de vodka. Eran las doce y media. Las reglas del ocaso nunca le habían importado.
—Por favor, pero si apenas acabo de llegar. ¿Qué pasó? Te quedaba una semana para regresar. ¿Cómo es que ya estás aquí? De paso ni avisaste, canalla. Supuestamente no ibas a estar para mi cumpleaños, de por sí ya me olía a que solo te ibas para no ir a la fiesta… Pero ahora no hay nada que te lo impida. ¿O vas a inventarte alguna excusa?
Eric no se anduvo por las ramas.
—No vine porque quise. Y ya que estoy… supongo que tendré que ir — dijo, sin molestarse en ocultar el fastidio —. Pero estos son asuntos urgentes. La clínica. Usaron una muestra mía sin permiso. Hay una mujer embarazada. Gemelos.
Cyril se rio. Fue una carcajada que lo llenó todo, esperando el chiste.
¿Aquel hombre con una mujer embarazada? Si parecía alérgico a las mujeres. Muchas celebridades iban detrás de él, pero no tenía ni la cortesía de dar un amable rechazo, era tajante, descortés y muy engreído con respecto a insinuaciones de relaciones. Las había tenido, pero la discreción en sus asuntos personales era su mayor arma.
—Venga ya. ¿Esto es una broma? ¿Es tu forma rara de decirme “vamos a por whisky en avión a Escocia”? Es imposible. Tendrían que caerse todos los ángeles antes de que tú te decidas a tener hijos.
Eric lo miró con una calma que daba frío.
La risa de Cyril se cortó en seco. La copa quedó suspendida frente a su boca.
—¿Alguna vez he bromeado?
—No estás bromeando —notó de inmediato. Pese a que Eric no era de los que bromeaban.
—No. ¿Te lo parece?
Se dejó caer en la butaca, de golpe, y bebió sin saborear.
—¿Cómo demonios…? ¡¿Gemelos?! Este mundo no está listo para dos pequeñas criaturas que lleven tú mismo carácter. Joder… me has dejado de piedra.
—Tenía un contrato con esa clínica. Hace años. Condiciones específicas: uso restringido, no liberaciones, destrucción programada. Pagado por adelantado. Hasta que recibí la maldita noticia. Admito que era la mejor clínica en su momento, ahora ya no lo es. “Error”. Una mujer desconocida. Un par de semanas de gestación reconocida o eso creí escuchar, estaba tan enojado que casi no me concentraba. Gemelos. Voy a tener gemelos.
—¡Voy a ser tío! Uh, eso me preocupa. ¿Tú con hijos? El mundo está a punto de cambiar. Y para mal.