Amanda nadó como pudo hasta el borde de la piscina. Tosía, le ardía la garganta y le costaba respirar. Logró apoyarse en el borde con dificultad y se impulsó para salir. El cuerpo le temblaba. Se sentó en el suelo, empapada, con las manos en el pecho, intentando recuperar el aliento.
Levantó la mirada.
Eric seguía al otro lado de la piscina, aún desnudo, con las dos mujeres, riéndose de algo. Ni siquiera la miraba. Como si nada hubiese pasado. Como si no acabara de lanzarla al agua sin aviso, sin pensar que podía haberse ahogado o lastimado a los bebés.
Ella sí lo miraba. Lo miraba con los ojos llenos de agua, pero no del cloro. Lloraba. Lágrimas silenciosas le corrían por el rostro, mezcladas con el agua que aún le goteaba del cabello. Se quedó así, mirándolo fijo, sin decir nada, solo llorando. El pecho le dolía más que los pulmones.
Intentó ponerse de pie, pero el mundo le dio vueltas. Las piernas le fallaron. Cayó de rodillas con un golpe seco que le arrancó un quejido. Las palmas