ROCÍO CRUZ
—¿Estás bien? —preguntó uno de los policías mientras intentaba tomar mi tobillo.
—Sí, no hay problema, estoy bien —dije apenada, sin saber de dónde tirar de la falda. Cuando tiraba por delante después tenía que tirar de atrás. Era una prenda demasiado pequeña y ajustada. ¿Cómo le hacía Gina para usar esto todos los días sin que se le vieran los calzones?
—Pobrecita. ¿Estás segura? —dijo otro hincándose a mi lado—. ¿Por qué no me dejas llevarte al hospital? Solo para que te revisen.
—No será necesario —contesté cada vez más apenada. Cuando intenté levantarme, un par de oficiales me ayudaron con tanto interés que por un breve momento mi cuerpo flotó—. Gracias, gracias…
Dije retrocediendo, con las manos hacia ellos, queriendo mantener la distancia, pero la suerte que siempre me cargo con los tacones altos tenía que hacerse presente. Mi tobillo se dobló y de nuevo casi caigo si no fuera por un par de manos que me sujetaron con firmeza de la cintura.
Al principio iba a reclam