MOLLY DAVIS
Disimuladamente Alexei regresó la cocaína a la pequeña bolsita, resignado y adolorido. Tenía los hombros caídos y su mirada reflejaba un cansancio igual de profundo que su tristeza.
Era un hombre roto, no por su espalda que ya era solo carne al rojo vivo y palpitante, sino por todo lo que acarreaba desde la infancia.
Mi padre siempre fue dulce conmigo y con mi hermana. Era un hombre cariñoso que nos protegió, pero eso no significaba que todos los hombres relacionados a este ámbito pudieran ser buenos padres. Algunos cargaban consigo la violencia de su trabajo y la dejaban caer sobre sus familias.
—Tengo que salir de aquí… Tengo que volver con mi papá —susurré y vi como una media y burlona sonrisa se dibujaba en su rostro—. Si me ayudas a llegar a él...
—¿Qué? —preguntó divertido—. ¡Déjame adivinar! ¿Me agradecerá y me dará una recompensa?
Abrí los labios, pero no salió ninguna palabra de mi boca.
—Eres muy joven, tal vez por eso no estás consciente de tu realidad. —Avan