3. Capítulo: "El CEO es una Bestia"

—Y-yo... Lo siento mucho.

Le temblaba todo el cuerpo y más estando bajo su poderosa mirada que la sometía de los pies a la cabeza. El nerviosismo a la par de su inseguridad, se presentaba en su interior, dando latigazos. 

No se suponía que las cosas tenían que empezar así, ya recibía un grito de su parte y ni siquiera la había contratado aún.

Ese hombre era un tirano, pero se lo buscó, tenía que haber tocado antes de entrar, no aventarse de la nada.

Igual estaba exagerando.

—¿Lo lamentas? —exclamó embravecido, acercándose a pasos agigantados, la chica retrocedió, huyendo de su cercanía azarosa —. No puedes andar por allí lamentado todo, suplicando o pidiendo disculpas. ¿Sabes por qué? Porque detesto a ese tipo de personas, siempre son incompetentes y cometerán error tras error.

—Está invadiendo mi espacio, señor —reclamó dejando caer los brazos a los costados, respiraba irregular.

Una ladina sonrisa afloró en los labios del CEO, a sabiendas de lo que provocaba en ella. ¿Quién le permitió la entrada a una chica tan corriente y con un estilo de mal gusto?

—Ya estamos a manos —no quitó los ojos de sus orbes asustadizos.

La seguía evaluando, ¿por qué ocultar sus enormes ojos grises detrás de esos horribles cristales? Su piel era tan blanca como la nieve, destacando aún más la salpicadura de pecas pincelando sus mejillas. Tenía un fleco mariposa y el corte de su cabello negro sobre los hombros.

Era bastante peculiar.

—Solo vine por el empleo —le informó como sí él no lo supiera, llena de incomodidad por su aproximación —. El trabajo de limpiadora.

Finalmente cuando le vino en gana, Silvain se retiró, no solo aligerando la tensión en la chica, sino que ya podía recuperarse un poco y respirar con normalidad.

Su órgano vital seguía igual de alterado, ni hablar de aquel aleteo constante en la boca de su estómago. Eran más aguijones venenosos que mariposas de colores.

Procedió a acomodar las gafas en su lugar y se le quedó viendo al hombre, que volvía a su silla giratoria y se sentaba allí antes de entrelazar las manos sobre su pulcro y elegante escritorio, solo entonces le hizo una seña con la barbilla para que se acercara.

Al fin ocupaba la silla frente a él, pero mantener la conexión de sus miradas se volvía casi imposible.

El nulo contacto provocado por lo que ese tipo ocasionaba

—¿Cómo te llamas? —inquirió con voz ronca.

—Rachel Fimberg —se escuchó a sí misma, en un tono tambaleante.

—¿Fimberg? —consultó no tratando de conseguir que se lo avalara, solo le resultó curioso.

Ella lo miró confusa. No encontraba el chiste en su apellido, que por cierto no era de otro mundo.

—Sí, ese es mi apellido. ¿Me hará algunas preguntas? —mencionó.

—No recuerdo haber colocado algún aviso sobre necesitar una chica para la limpieza. ¿Cómo has terminado aquí? —la miró achicando los ojos, sospechando.

—Ya sabía de la compañía, me resultó interesante y he venido a probar suerte —explicó sin ahondar mucho en su situación, debía tener un bajo perfil si quería conseguir la respuesta sobre aquel enigma.

—¿Así sin más? —la vio intrigado.

¿Quién, además de ella, se lanzaba así a buscar un empleo de lo que sea, en una compañía tan prestigiosa como la suya?

—Necesito el empleo —susurró.

—Imagino que por eso te conformas con ser una limpiadora —lo dijo con desprecio, ella no lo pasó desapercibido.

«Silvain Boseman» leyó en aquella placa "tablet mount".

Hasta el nombre le quedaba bien, frío y distante.

—Supongo que no todos tenemos las mismas oportunidades —masculló.

—Te deseo suerte, Rachel, no sé si sabes que soy exigente, me gustan las cosas sin desperfectos, no tolero los errores, nada de torpezas, siendo así, casi nadie dura mucho tiempo por aquí —aseguró sentenciando a la chica, cómo si supiera que también fallaría, de hecho esperaba que eso le pasara —. Porque no son competentes, tengo la sensación de que no vas a durar demasiado aquí.

—¿Está insinuando que no puedo cumplir con mi trabajo? —cuestionó, habría sido capaz de retarlo con la mirada, de no ser por lo nerviosa que la ponía.

Además de que sus enormes gafas se lo impedirían, por no decir que su personalidad tímida.

—Eres muy lista, de eso se trata. No me he equivocado ni una sola vez sobre eso, no pasará contigo tampoco —señaló,

Tragó duro.

Sus palmas estaban sudorosas, quería que diera por terminado el encuentro. Ya había sido suficiente.

—Supongo que ya me dio el empleo.

—Así es.

Ella sonrió al interno, a sabiendas de que podría respirar hondo.

—Debes rellenar este formulario —le pasó un hoja, adicional al contrato que ya le extendía.

—De acuerdo. ¿Debo hacerlo ahora?

—Puedes hacerlo después, pero sí necesito que firmes el contrato.

No tenía ningún tipo de objeción y terminó colocando su firma, casi ni había reparado en todas esas líneas interminables. En el proceso, la escudriñó, la forma en la que cogía el plumín dorado, dejaba ver que se encontraba intranquila.

Rachel pronto acabó y le devolvió el folio.

Sus ojos celestes volvían a caer en los suyos. Le daba cierta sensación de haberla conocido antes, al menos le recordaba a una persona. O solo la estaba confundiendo.

—A partir de mañana podrás comenzar a trabajar, Rachel.

—Cumpliré al pie de la letra el contrato —le dejó saber —. También seré puntual con el horario.

El CEO ya quería ver como la chica, en cuestión de unos días, se sumaba a la lista de despidos con mayor rapidez.

Se levantó de la silla y le tendió la mano, para despedirse. Pero solo consiguió que Silvain se la dejara extendida. Sus mejillas se sonrojaron, muriendo de la vergüenza por su rechazo. 

—Solo limitate a acatar las órdenes —decretó, era una advertencia.

La joven pasó saliva con dificultad. ¿Por qué sentía que sería un reto laborar ahí?

El CEO era una bestia.

Salió de aquel sitio que la asfixiada, sacudiéndose los nervios al fin, lejos de ese tipo.

Dos razones tenía para soportarlo: la urgencia por conseguir dinero y descubrir quién se adueñó de la app de su hermano.

Silvain se quedó intrigado, aún pensando que ella le recordaba a una persona. Seguía intentando orientarse, al menos un poco, al final no podía dar con ello.

A solas, se puso en contacto con la asistente, Brenda atendió a través del interfono.

—Dígame señor Boseman. ¿Qué se le ofrece? Ah, le informo que ya casi termino lo que me pidió.

—Perfecto, porque tendrás que ocuparte de otra tarea. ¿Bien? —anunció.

Brenda supo de lo que iba.

—De acuerdo, supongo que debo investigar sobre la limpiadora nueva.

—Que rápido te enteras, Smith. Hazlo, redacta un informe completo sobre Rachel Fimberg.

—Sí, señor, lo haré.

Al terminar, se dejó caer sobre el respaldar de su silla, no tenía un buen presentimiento.

Y él nunca se equivocaba.

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