2. Capítulo: "Sus Ojos Glaciales"

—Ya no puedes estar aquí, no has pagado el alquiler y ya no te puedo seguir teniendo de inquilina.

—¿Qué? —se le desorbitó la mirada.

El dueño del edificio la estaba echando.

Rachel que estuvo llorando sin parar después de que James se fuera, ahora tenía que lidiar con algo más preocupante.

—Que debes irte lo antes posible, te daré dos días para buscar un lugar, lo siento.

—¿Por qué no me da chance? Le pagaré, pero no me eche, no tengo a dónde ir —rogó.

—¿Crees que debería seguir esperando por ti? No podrá ser esta vez.

—Tendré un bebé, ¡no puedo quedarme en la calle! —imploró, algunas lágrimas saltaron a la vista.

El dueño se volvió y negó con la cabeza.

—¿Un bebé? A sabiendas de tu situación debiste ser más responsable, Rachel —recriminó, dando su veredicto sin conocer el caso.

Ni siquiera tenía la culpa de sus circunstancias actuales. El universo conspiraba en su contra.

Se preparó un té y lo bebió de a sorbos pequeños, queriendo calmar sus nervios. Intentando a toda costa pensar en algo que la sacara de aquel aprieto.

En su cuenta bancaria solo tenía alrededor de trescientos dólares.

Ella dependía de medicamentos para sobrellevar la diabetes, lo que significaba que estaba en la cuerda floja.

Necesitaba encontrar un empleo.

A la mañana del día siguiente, revisando una caja que pertenecía a su hermano fallecido, halló un pendrive, en su portátil pudo acceder a los archivos y se dio cuenta de aquel documento que llevaba el nombre de una app.

"Interaction".

Rachel descubrió que su hermano era el desarrollador, entonces, ¿por qué cierta compañía parecía estar en su derecho de alzarse como el dueño?

—¿Boseman? ¿qué rayos significa esto? —se acomodó las gafas.

Expiró. Conociendo a su hermano, Peter, jamás renunciaría a algo en lo que se esforzó mucho. Al menos habría recibiendo dinero por su trabajo, y de ser así, ella y su madre estarían estables económicamente.

Solo llamando a un conocido de Peter, comprobó la información, el mismo le explicó que el joven se limitó a decirle que la vendería, por lo que supuso todo ese tiempo que la compañía Boseman, hizo la compra.

Ver en la web todas las ganancias generadas por dicha app, le hizo saber una cosa: lo robaron o lo estafaron.

Pero ni un solo centavo percibió Peter de todo eso, concluyó.

Ansiosa por descubrirlo, Rachel indagó para que entrara en la compañía. Teniendo dos objetivos: recuperar lo que pertenecía a su hermano y conseguir un empleo.

Pero estando embarazada, solo tendría algunos meses para averiguar todo, antes de que se le evidenciara más; mientras tanto debía ocultar su embarazo para que le dieran el trabajo y llegar hasta el fondo de todo ese asunto intrincado.

La joven al próximo día se puso en marcha, contra todo mal pronóstico, se aferró a la idea de que entraría en "Company Boseman Technology".

Y, ya empezaba con el pie izquierdo, cuando al ir con mucha prisa y clavada en la pantalla de su móvil, impactó con un pecho duro.

En el acto se le salieron las gafas. Ya no veía bien.

—¡¿Cómo te atreves?! —rugió el sujeto, solo fue un accidente, sin embargo, el hombre se incineró —. Fíjate por dónde caminas, no puedes andar por ahí tropezando a las personas, maldición.

—Lo siento mucho, yo...

Rachel nerviosa se agachó tanteando para conseguir sus gafas perdidas, Boseman se inclinó al darse cuenta de que la chica no podría tomarlas.

Quería morirse de la vergüenza. Incluso sus mejillas se calentaron, al punto de sentirse en llamas. Solo a ella se le presentaban aquellas incómodas escenas.

—Supongo que estás buscando esto —pronunció esa voz fuerte y profunda, que distaba de dureza al posar con sutileza sus gafas.

En el proceso, inevitablemente, sus dedos se rozaron.

Hubo electricidad.

Rachel se los colocó, aún de cuclichas, al esclarecer su visión, se incorporó y miró al frente, dándose cuenta de que ya no estaba ahí.

Volteó a todos lados, capturando a un trajeado que se perdió pronto entre varias personas y tragó duro.

Era el CEO de aquel imperio a

No lo sabía.

—Deja de ser tan torpe —se dijo a sí misma, aún atrapada en el bochorno.

Inhaló hondo, antes de adentrarse al edificio inminente, igual de colosal que su nerviosismo.

...

—¡Se lo suplico! ¡Soy una persona que aprende rápido, que le echa ganas al trabajo! —juntó ambas palmas, mirando con ruego a una mujer encargada de la recepción —. Vine aquí con la idea de conseguir un empleo, en dos días tendré que desa...

—Aguarda —la interrumpió, expirando, antes de tomar el interfono.

Rachel, en el desespero, tamborileó un pie sin parar, se mordió el labio.

La mujer solo asentía y daba cortas respuesta, no supo de que iba la llamada.

—Por favor —susurró mirandola.

La aludida apartó los ojos de ella y se centró en lo que su jefe le estaba diciendo.

—Ah, ¿es decir que busca una nueva limpiadora para su oficina? —quiso asegurarse, ya que no hacía mucho que había sido contratada una —. Bien, creo que tengo a la chica que busca.

Clavó los orbes en Rachel, ella se señaló a sí misma, incrédula.

—¿Hablas de mí?

La recepcionista colgó y asintió viéndola.

—Sí, ¿no estabas rogando hace segundos por un empleo? Lo único que se te puede ofrecer es el trabajo de limpiadora personal en la oficina del director ejecutivo. Lo tomas o lo dejas.

¿Por qué le daba cierto temor?

Pasó saliva con dificultad.

—¿D-debo hacer una entrevista? —titubeó.

—Te hará un par de preguntas —chasqueó la lengua —. Tómalo con seriedad, sin mentir, las limpiadoras de su oficina se cambian cada dos a tres semanas cuando mucho, es exigente.

—Oh, lo intentaré, quiero el empleo. ¿Cuando debo ir a verle?

—Ahora mismo, te llevaré con él.

Rachel le siguió, ansiosa, las palmas de sus manos sudaban. Cuando se miró frente a las espejadas puertas del elevador, dudó de su ropa; en comparación con la fémina a su par, se miraba corriente y simple.

Desnotaba, fuera de lugar.

Una vez en el último piso, la recepcionista le deseó suerte a la chica antes de irse con premura a su lugar de trabajo.

Una pequeña sala de espera se presentaba, antes de encontrar la puerta que la condujo a la oficina del CEO.

Olvidó tocar, adentrándose al despacho sin previo aviso, también porque se confió en que la recepcionista lo puso al tanto.

Por eso sus ojos estaban fuera de orbes, al ver a ese sujeto con el torso desnudo, apenas abotonando la camisa blanca sobre su musculosa fisonomia.

Silvain enfureció por su impertinencia.

—Oh no, no ha sido mi intención, yo solo... —se giró para no verlo y luego volvía a mirar al frente, perdida —. Soy la chica que ha venido por el empleo de limpiadora...

El CEO terminó de ajustar el último ojal, antes de perforarla con sus ojos glaciales.

Silvain la reconoció al instante.

—¡¿Cómo te atreves a entrar sin tocar?! No sé quién te has creído para tener ese derecho —espetó, ella se puso cabizbaja.

Su voz volvió a tejer en su cabeza lo que pasó minutos atrás. ¡Era la chica torpe que por andar distraída chocó con el director ejecutivo!

A duras penas alzó la vista, sus grisáceos se encontraron con el cielo de su mirada dónde rayos y centellas, además de un crudo invierno, la dejó bajo cero.

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