4. Capítulo: "Extraña Coincidencia"

Agus Lander, ingeniero de desarrollo de software, hizo acto de presencia en el despacho, tras ver salir a una joven que eludir, fue imposible.

—¿No es algo extraña esa chica? —fue lo primero que dijo, al irrumpir, se sentó, dejando la portátil sobre el escritorio.

—¿De qué hablas?

—La que ha salido. Enormes gafas, cabello corto...

—Rachel, se llama Rachel y es la nueva limpiadora de mi oficina.

El moreno abrió sus ojos verdes con sorpresa.

—Al menos las anteriores eran atractivas. ¿Qué hay de esta? No me digas que pasado mañana ya la vas a despedir —se burló.

—Agus, tenlo por seguro que se irá, al principio todas están dispuestas a seguir demandas y hacer lo que al pie de la letra se les pide, luego se olvidan, un mínimo error cometen y se acabó. Ella no será la excepción.

—Eres demasiado duro —señaló, antes de mostrarle algo en la portátil.

—¿Leandro ha podido solucionar lo de la app? —se refirió al experto en ciberseguridad.

—Ah, trabaja en ello. Se quedó incluso toda la noche, no ha dejado de beber café —comentó.

—Pídele que al terminar se vaya a casa. No podrá rendir después —se frotó la barbilla.

—Bien, ¿dónde la conseguiste? —siguió con lo mismo, curioso y divertido —. Ahora hablo de Rachel.

—¿Crees que lo sé? Solo vino, da igual.

—¿Cómo la has contratado sin saber nada de ella? Vale, supongo que Brenda se encargará.

—Sí.

El CEO se quedó reflexivo. Nunca antes había deseado tener tanto esa investigación de inmediato.

Quizá no se encontraría con nada bueno.

—Silvain, estoy hablando contigo —agitó una mano frente a él, sacándolo de sus pensamientos.

—Lo siento, ¿qué decías?

—Que la app Interaction, ha tenido algunos problemas. Por eso Sinclair ha estado trabajando sin detenerse, le ayudo con ese inconveniente.

Interaction, la app que le permitió la entrada al empresario, la que lo catapultó y lo elevó a la cima, si bien desarrolló otras apps, esa era la que le otorgó una entrada en aquel mundo tan competitivo.

...

Avanzó vacilante a la salida, muchos clavaron los ojos sobre ella, tal vez era la forma en la que estaba vestida, sus enormes anteojos o su forma tan tímida de andar, sea lo que fuera, no le causaba agrado ser el centro de atención.

Mantuvo la calma en el exterior, porque por dentro era un manojo de nervios.

Qué difícil era demostrarse segura, cuando muchos pares de ojos la llenaban de agobio.

Al final, se detuvo de forma abrupta, interceptada por un mareo, encima usaba calzado alto con el que no se solía manejar.

—¿Estás bien? —se le acercó una mujer, cruzaba ya los cuarenta años.

—Sí, lo estoy —expiró.

Tan solo por un momento se había olvidado por completo de su embarazo, fue una mala idea usar esos tacones.

—No parece, deberías sentarte un momento —insistió la señora de ojos cafés, amable, aunque a juzgar por su apariencia no podía ser empleada de ahí, alguna socia posiblemente, pero con lo atenta que era, lo ponía en duda.

Suposo que no todas las personas adineradas debían ser antipáticas o despectivas como el señor de arriba.

Su jefe.

—Es un mareo, ya se me pasará.

—A ver, déjame adivinar... —soltó, ella creyó que diría que estaba embarazada —. De volada saliste de casa sin llevar un solo bocado de comida a tu estómago. ¿Le atiné?

Aliviada de que no lo descubriera, dio un ligero asentimiento de cabeza.

—Yo... sí, porque tenía mucha prisa —terminó diciendo, no sabía que ella era la madre de Silvain, su nuevo jefe, a lo segundos se levantó, recuperada del bamboleo —. Me iré, se me hace tarde, gracias.

No le dio ni chance de escuchar a la mujer. Se había ido apresurada.

Marie negó, siguiendo su camino; ese día hablaría con su hijo, sobre una cuestión que la inquietaba: el futuro de la compañía.

...

Al final de la jornada, Brenda le envío al correo todo lo que Silvain le pidió.

Rachel era una chica desdichada, con una adversa suerte que no le deseaba a nadie...

Silvain leyó el reporte, ansioso por descubrir cosas sobre su empleada.

De entre tantas líneas, que solo mostraban la dureza con la que debía lidiar, además de su baja posición social, aquel nombre se robó toda su atención.

—¿Qué? Peter Fimberg... —repitió sintiendo el frío recorrer su espina dorsal —. Peter.

No daba crédito.

Ni una coincidencia o una casualidad.

La nueva limpiadora estaba enlazada a ese hombre. Era su hermana.

Ni todo el poder del mundo, impidió que se sacudiera el suelo bajo sus pies. Se le escabullía la firmeza de entre los dedos, al saber que contrató a alguien de aquella familia.

Aún recordaba cuando lo conoció, compartieron un café, luego charlaron y se dio cuenta de que tenían muchas cosas en común. Silvain no se relacionó mucho con él, aunque terminó interesado sobre una app que desarrollaba.

Pero de un momento a otro, perdió todo tipo de conexión con Peter. Luego lo supo, aunque por su propio bien se mantuvo al margen, un solo movimiento en falso, acabaría desmoronando el camino hacia el éxito en aquel entonces.

Incluso en el presente, podría significar un desastre inminente en su vida.

Silvain atrapó su cabeza, sintiéndose culpable de su muerte. Si tan solo pudiera devolver el tiempo, no cargaría con ese peso a cuesta.

Nada había sido suficiente para dejar de sentirse apresado por el remordimiento.

Tal vez solo podría aminorar si compensaba a la familia en aquel entonces, sin embargo, se exponía a perder la confianza de su padre y no sería el ejecutivo en la actualidad de la compañía.

...

Tener antojos era una pesadilla, no podía comer simplemente lo que le apetecía. Hizo un puchero al sacarse la idea de devorarse una pizza entera o comer un helado de chocolate.

El veneno que acabó dejándola así, que durante su adolescencia la atacó con una infernal realidad, teniendo que lidiar hasta con las burlas de terceros.

En casa, se preparó arroz integral y pollo. Uno de sus menús predilectos por obligación.

Sonó el teléfono, dando aviso de que debía ponerse la inyección de insulina, cogió la jeringa y llevó a cabo el proceso que hacía desde hace muchos años.

Antes de comer, quince o veinte minutos antes, debía hacerlo.

En su descanso leyó el formulario. Tantas cosas por cumplir, mucho por seguir sin tener otra elección.

—No puede ser... —exhaló al verse con tantas deudas encima, observó las facturas tiradas en el suelo, tanto por pagar, y nada de ingresos todavía.

A la puerta tocaron.

De un tirón se levantó, a la espera de su llamado.

—¡Rachel! —exclamó con voz furiosa —. Sé que estás allí.

El dueño de nuevo volvía. Pensó que de verdad le dio dos días para cancelar lo que debía, pero ya estaba otra vez ahí. ¿Y si trataba de entrar a la fuerza o violentar la entrada?

Le abrió finalmente.

—Señor...

—Rachel, si no me das el dinero, tendré que cobrarlo de otra forma —aseguró viéndola con una perversa intención en los ojos, solo entonces la aludida cayó en cuenta a lo que se refería.

—¡¿Qué?! Gritaré ahora mismo si no... —reclamó a medias, el tipo se fue sobre ella, intentando cruzar los límites, pero le propinó un golpe fuerte en la entrepierna, haciendo que este cayera retorciéndose de dolor.

—¡Maldición! Te irás de aquí en este momento, mocosa insolente —escupió desde el suelo.

Rachel supo que debía correr por su vida, él se había levantado, la miraba destilando fuego y enojo.

Así lo hizo, hasta salir por completo del edificio, aún se sentía perseguida, solo se detuvo al chocar con alguien, perdiendo por segunda vez sus gafas.

—Vuelves a tropezar conmigo, ¿no es demasiado por un día?

—¿Señor Boseman?

—¿Señorita Fimberg? —la imitó poniéndole las gafas, en cuestión recuperó la visión y lo avistó en su campo.

¿Qué hacía él por esos lares?

Ver esos grisáceos habituados de terror, hizo que lo evocara.

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