Liberto había acudido tan apresuradamente a ver a Lorena, probablemente porque confiaba en que la técnica de la joven que lo había tratado ese día tenía similitudes con la de Lorena. Y no estaba equivocado: Mariana había crecido escuchando las enseñanzas de su abuela sobre medicina y, naturalmente, se vio influenciada por ella.
Sin embargo, Lorena estaba desconcertada. ¿Discípula? Ella nunca había tomado discípulos y la única que una vez quiso fue Mariana, pero su nieta no la obedecía y se negaba a aprender medicina con ella.
—¿Cuándo he tenido discípulos? ¿Ya lo olvidaste? —preguntó Lorena con una expresión seria.
Liberto se sorprendió y entonces lo recordó. Levantó la cabeza y dirigió la vista hacia Mariana. —Entonces...
Al notar su mirada, ella de inmediato le dedicó una sonrisa amable y aprovechó para saludar: —Hola, señor Pizarro.
Liberto la observó, cada vez más convencido de que era la misma chica que había visto ese día.
¿Podría ser Mariana?
Aunque todos pensaban que Mariana e